bautismo-del-senor

El pasado domingo escuchamos en el Evangelio de Marcos cómo Jesús, ya adulto, fue desde Nazaret al Jordán, para ser bautizado por Juan. Juan, la voz que clamaba en el desierto, contenía el mensaje de conversión. Orientaba su discurso sobre el arrepentimiento y los invitaba a ser bautizados, como ritual de inicio de los prosélitos, por el agua. En este contexto, el bautismo de Jesús, obviamente, ni es de conversión ni de arrepentimiento, es expiatorio, como nos dice el Evangelio de Juan, «el justo cargó con los pecados de los injustos», con su gesto, Jesús, asume su papel de CORDERO, es decir de víctima sacrificial y profética, pues sabe que su misión de vida será sellar con su sangre, la ALIANZA NUEVA Y ETERNA.

También Jesús quiere poner en valor el nuevo bautismo, lleno de un mensaje evangélico, es el bautismo en el Espíritu de Dios, un Espíritu de agua, de fuego y de sangre. Este hecho marca en los Evangelios, al inicio de la vida pública de Jesús, el fin de su vida privada de la cual sabemos muy poco, pero, no por eso tiene que ser menos importante, toda vez que será dentro de los treinta años vividos, en el silencio de Nazaret, que se habrá ido configurando la autocomprensión de su identidad personal y en concreto de su relación de HIJO. La comunión de Jesús con Dios acontece plena e íntima. Más allá de poner voz a su PALABRA, Jesús es depositario del plan divino para el hombre, por eso Jesús se tendrá que enfrentar contra todos, el poder y las autoridades del mundo, fariseos y saduceos, una lucha que lo seguirá sin cesar hasta la misma Cruz; una lucha, pero en ella Jesús no estará solo, sino acompañado del Espíritu Santo y de sus discípulos.

Jesús desafía al mundo, este mundo de desamor, odio, guerra y maldad, un mundo discriminatorio y desigual, y lo hace con sus armas, que su las que ha recibido del PADRE: el amor, un amor que siempre ha de terminar ganando e imponiéndose a tanta injusticia. Él es y será nuestro ejemplo ante las seducciones de un mundo, que constantemente, nos orienta al egoísmo y nos invita a la desobediencia. Somos llamados a ser HIJOS DE DIOS CON EL HIJO, y este camino están el altruismo, la fraternidad y la solidaridad. Abrir nuestros corazones a esta llamada es construir el Reino de Dios en el mundo.