«Soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto»

Hoy es el día del seminario, 22 de marzo, donde todos los seminaristas estamos para servir al pueblo de Dios, cada uno de nosotros, como sarmientos unidos a la vid, nos dejamos podar para que demos más frutos. él nos recuerda una y otra vez: «Sin mí no podéis hacer nada» (Jn. 15,5). Jesús nos afianza hoy en la certeza de nuestra vocación. Toda iniciativa es suya, iniciativa total. Toda vocación es un misterio de amor, misterio de iniciativa amorosa de Dios, no es un ideal ni es un sueño, no es una decisión personal ni una opción ética. No. Es una sorpresa de la acción divina, es un milagro propiciado por la gracia.

Todo es Don, todo es gracia. ¡todo es de Dios! enviarnos a predicar, para ser Iglesia y servir, en ella y desde ella, a los hombres y mujeres, en especial a los pobres. ¡Todo es Gracia y Misterio! Por lo tanto la vocación no es un invento humano, es Cristo quien nos ha llamado:

Os daré pastores según mi corazón (Jr. 3, 15).

Dios promete a su pueblo no dejarlo nunca privado de pastores que lo congreguen y lo guíen. Pero somos hombres, pecadores como todos; por tanto, el Señor se asomó a nuestra vida, por pura iniciativa, por amor eterno, porque estábamos en la mente de Dios: «Tú formaste mis entrañas, me tejiste en el viente de mi madre». ¡Cómo nos ha sorprendido a cada paso y nos sigue asombrando!, ¡Cómo ha obrado maravillas en cada uno desde que nos llamó!, ¡Cómo no se cansa de perdonar porque es un amor incondicional y su misericordia nos hace gozar de su amor sin límites!

Toda la Iglesia está comprometida con las vocaciones, porque es el pueblo de Dios y su compromiso es orar. Orar por cada uno de los seminaristas, para que se comprometan a seguir adelante; sé que hay dificultades en cada paso que uno da, pero si ponemos la confianza en el Señor todo es posible. Es una responsabilidad de cooperar con la acción de Dios que llama y a la vez, contribuir a crear y mantener las condiciones en las que la buena semilla, sembrada por Dios, pueda echar raíces y dar frutos abundantes. La Iglesia no puede dejar jamás de rogar: «Rogad por tanto al dueño que envíe obreros a su mies».

Para seguir adelante hay una Madre que ama y ora también por nosotros: María quiere también obreros. Ella es la amiga siempre atenta, ella es la del corazón abierto por la espada, que comprende todas las penas y pecados que uno tiene. Como Madre de todos es signo de esperanza. Como una verdadera Madre, camina con nosotros, lucha con nosotros y derrama incesantemente la cercanía del amor de Dios.

Es lo que pienso de mi vocación, palabras más, palabras menos, Cristo nos llama y ese llamado es un Don es Gracia y es un misterio, pero como decía el Papa Francisco: la alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús.

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