Lo llevaron a Jesús, cubrieron el asno con sus capas y Jesús montó. Muchos tendían sus propias capas por el camino, y otros tendían ramas que habían cortado en el campo.Y los que iban delante y los que iban detrás gritaban: «¡Hosana!¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el reino que viene, el reino de nuestro padre David! ¡Hosana en las alturas! Entró Jesús en Jerusalén y se dirigió al templo. (Mc 11, 7-10).
Estas palabras del Evangelio de san Marcos enmarcan la celebración del domingo de Ramos, el día en el que empieza la pasión del Señor Jesús. Nos podemos fijar en algunos de los elementos que Jesús escoge, y en los que usan las personas que salen a recibirlo al entrar en la ciudad santa de Jerusalén. Jesús escoge un burro para hacer su entrada solemne en Jerusalén, y las gentes que le reciben cogen ramas de olivo y palmas para aclamarle y reconocerle como el hijo de David, el que trae la paz verdadera de la que es símbolo el olivo. Estos elementos presentes en el relato de la entrada de Jesús en Jerusalén tienen un significado profundo y nos dan así pistas para entender los gestos de Jesús y su verdadero misterio que pasa oculto a muchas miradas.
Jesús entra en la ciudad santa montado en un asno, es decir, en el animal de la gente sencilla y común del campo, y además un asno que no le pertenece, sino que pide prestado para esta ocasión. No llega en una suntuosa carroza real, ni a caballo, como los grandes del mundo, sino en un asno prestado. San Juan nos relata que, en un primer momento, los discípulos no lo entendieron. Sólo después de la Pascua cayeron en la cuenta de que Jesús, al actuar así, cumplía los anuncios de los profetas, que su actuación derivaba de la palabra de Dios y la realizaba. «No temas, hija de Sión; mira que viene tu Rey montado en un pollino de asna» (Jn 12, 15; cf. Za 9, 9). (Benedicto XVI, 2006).
Jesús se nos presenta así como el Mesías, como el que viene en nombre del Señor a traer la paz y a instaurar el reinado de Dios. Las ramas de olivo son signo de paz, la paz de Cristo que el mundo no conoce y que está profundamente enraizada con los pobres, los verdaderos pobres de espíritu de los que hablan las bienaventuranzas. Esta relación entre la siempre anhelada paz y los pobres de espíritu se explica porque la autentica la paz la viven y experimentan los que saben que su única riqueza es Dios, y pueden imitar así al Siervo de Yahvé, Jesús, haciéndose mansos y humildes de corazón. Las palmas simbolizan el martirio, no sólo el de Jesús en la cruz, sino el de todos nosotros que queremos testimoniar enarbolando nuestras palmas, pues nuestra vida cristiana está marcada por el testimonio, sino mostramos el amor y la cruz de Cristo en nuestras vidas no estamos viviendo como el Maestro que nos amó hasta el extremo y quiso cargar con la cruz por nosotros, humillándose hasta hacerse siervo.
En estos días santos en los que entramos (nosotros también nos introducimos en una ciudad, como en una sala nueva para nosotros: Jerusalén), pidámosle a Cristo que sepamos escuchar su Evangelio, que lo leamos cada día (el enseña en el Templo) y que sepamos ayudar y servir a los demás en algo concreto (Jesús limpia los pies de los suyos).