El relato de los discípulos de Emaús en el Evangelio de San Lucas (Lc 24,13-35) es la narración de una aparición de Jesús resucitado que va más allá del hecho, dado que tiene una doble intención: histórica y catequética. Efectivamente, el relato de la aparición a los discípulos en el camino de Emaús es el testimonio de la fe pascual en el Resucitado, que se manifiesta presente en la comunidad reunida. Por eso debemos prestar atención a todos los elementos que aparecen.
Dos discípulos caminan hacia Emaús: es la imagen de la Iglesia peregrina que camina en este mundo. El número dos es la expresión mínima para indicar que hay comunidad, es decir, comunión de fe y vida. Ambos discípulos son imperfectos en su fe, pues lo acontecido recientemente en Jerusalén ha frustrado en gran medida su esperanza: aún no han comprendido a Jesús ni han experimentado el Misterio Pascual de muerte y resurrección. Así nos sucede también a nosotros cuando nos reunimos y formamos Iglesia, ya que la fe necesita ser alimentada y perfeccionada.
A mitad de camino, Jesús se acerca y, partiendo de la experiencia vivida por los discípulos en esos últimos días, les explica el sentido de las profecías del Antiguo Testamento: Se trata de la Liturgia de la Palabra. Jesucristo resucitado está presente en la Escritura revelada. También nosotros en la Misa hemos guardado este orden:
1. La profecía en el Antiguo Testamento.
2. Comentario y enseñanzas del Nuevo Testamento a través de las cartas apostólicas.
3. La plenitud de la promesa en el Evangelio. Esta presencia no permite aún que Jesús sea plenamente reconocido, la trama va «in crescendo».
En medio de tantas preocupaciones es preciso que la comunidad haga una pausa y se encuentre para celebrar el Misterio de la salvación y vivir la fe, es lo mismo que hacen estos discípulos y Jesús cuando se sientan a la mesa a cenar. Entonces la presencia de Jesucristo resucitado se hace plena y la fe de los discípulos pasa por una transformación que ahora la hace perfecta: reconocen a Jesús al partir el pan.
Del mismo modo, Jesús es reconocido en el pan y el vino de la mesa eucarística, porque él se hace presente cada vez que la Iglesia se reúne para celebrar el Memorial de la muerte y la resurrección el Señor. Jesús desaparece de su mirada porque ya no necesitan los ojos de la carne, sino los ojos de la carne para reconocerlo. Los discípulos, llenos de alegría, vuelven corriendo a Jerusalén para comunicar todo cuanto han visto y vivido, para dar testimonio de su fe. Es la misión, el testimonio de la fe que los cristianos tenemos que dar en el mundo para comunicar lo que hemos vivido en la celebración de nuestra fe.