Por ello os alegráis, aunque ahora sea preciso padecer un poco en pruebas diversas; así la autenticidad de vuestra fe, más preciosa que el oro, que, aunque es perecedero, se aquilata a fuego, merecerá premio, gloria y honor en la revelación de Jesucristo; sin haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo todavía, creéis en él y así os alegráis con un gozo inefable y radiante, alcanzando así la meta de vuestra fe: la salvación de vuestras almas. (1 Pe 1, 7-9).

Estas palabras de la segunda lectura resumen muy bien lo que ha sucedido en nuestras vidas y queremos que siga sucediendo: sin ver a Cristo, le amamos. Nos alegramos de conocer al Señor y le amamos con toda la fuerza que tiene escondida el amor. El amor es fuerte como la muerte, y Cristo Jesús nos ha mostrado el amor que tiene por nosotros al ponerse en nuestras manos, ya sin vida, cuando le bajaban de la cruz. Un Dios herido, un Dios por debajo de nosotros: esto nos hace pensar, y así, hemos amado a Cristo que tanto nos ha amado.

No estamos a la altura de este gran amor, pero Cristo resucitado, con sus heridas todavía en la carne resucitada, siembra la semilla del verdadero amor en nosotros para que entendamos ya que el amor de Dios es fuerte como la muerte, es terrible como el abismo, y conduce a la eternidad. La correspondencia nuestra al amor nunca nos llevará al hastío ni a la apatía, ya que es un amor posible, victorioso.

ésta es la noche en que, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo. ¿De qué nos serviría haber nacido si no hubiéramos sido rescatados? ¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros! ¡Qué incomparable ternura y caridad! ¡Para rescatar al esclavo, entregaste al Hijo! Necesario fue el pecado de Adán, que ha sido borrado por la muerte de Cristo. ¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor! (Pregón Pascual).

Los vicios han sido descubiertos como engañabobos, no nos aportan nada más que un paternalismo aplicado sobre nosotros mismos. Así que, aunque caigamos, hemos descubierto la victoria de Cristo que resurge de las calderas del infierno con Adán, su padre y a la vez su hijo.

Se puede salir del infierno light de nuestra falta de amor y de las mediocridades. Como en las novelas de amantes, podemos escapar con Cristo de nuestras rutinas (dominarlas con el sentido) y vivir de amor. ¿De qué viviremos si nos escapamos? Viviremos de amor, pues ahora sin amor ya no es posible vivir, vegetar sería el resultado. Examinemos nuestro amor y nuestros deseos, ya que sin Alguien ni alguien a quien amar de verdad, la vida no es vida. Por cierto, lo de vivir de amor ya lo dijo Santa Teresa.

¿No podía el Señor resucitar sin las cicatrices? Sin duda, pero sabía que en el corazón de sus discípulos quedaban heridas, que habrían de ser curadas por las cicatrices conservadas en su cuerpo. Y ¿qué respondió el Señor al discípulo que, reconociéndole por su Dios, exclamó: Señor mío y Dios mío? Le dijo: ¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto. (San Agustín).

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