La visión de los Magos de Oriente adorando a Jesús es una de las escenas de los Evangelios de la infancia que más me gustan e impresionan. Aunque al hacer el belén tenemos costumbre de colocarlos delante del portal, este episodio debió haber ocurrido cuando Jesús tendría unos dos años de edad: en efecto, según la información que Herodes recibió, la estrella había aparecido unos dos años antes (Mt. 2, 16) y durante aquel tiempo habría guiado a los magos en su viaje a Palestina; además, el evangelista Mateo nos dice que los magos entraron en una casa, no en un portal (Mt. 2, 11).
Todos estos detalles nos hacen pensar que la Sagrada Familia se instaló y vivió un tiempo en Belén, antes de ir a Egipto y de instalarse de nuevo, esta vez ya de modo definitivo, en Nazaret.
Nos explica Mateo en 2,11:
Luego entraron en la casa y vieron al niño con María, su madre. Y arrodillándose, lo adoraron. Abrieron sus cofres y le ofrecieron oro, incienso y mirra.
La ofrenda de obsequios por parte de los magos constituye el punto de partida de la costumbre de esperar regalos en la fiesta de la Epifanía, que ha sido llamada también «fiesta de los Reyes Magos». Quisiera fijarme hoy en el sentido que tienen para nosotros, cristianos, estos tres presentes con los que los magos obsequian a Jesús: el oro, que nos habla de la realeza de Jesucristo; el incienso, que nos empieza a mostrar la divinidad del Niño de Belén; y la mirra, que nos habla de su condición humana y nos anuncia su Pasión, ya que esta resina aromática se utilizaba en la antigüedad para embalsamar a los muertos.
De manera espiritual, nosotros podemos ser como los magos y ofrecer también estos tres regalos a Jesucristo:
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- El oro de nuestros recursos económicos y de nuestro tiempo para hacer posible el crecimiento del Reino de Dios mediante la evangelización y todas las demás actividades que hacen realidad su expansión en nuestro mundo.
- El incienso de nuestro culto y oración, de nuestro reconocimiento al Señor como creador del mundo y Salvador de la humanidad. El cultivo de la vida espiritual es el mejor incienso que podemos ofrecer a Dios.
- La mirra de nuestro sacrificio y abnegación, de la mortificación y los sufrimientos, que muestran hasta qué punto somos capaces de amar a Dios y a los hermanos.
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Los tres son regalos que no pasarán de moda jamás.