Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he cogido de la mano, te he formado, y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones. Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos, y de la mazmorra a los que habitan las tinieblas.
Con estas palabras de Isaías, que encontramos en la primera lectura de este domingo, nos acercamos al sentido profundo de esta fiesta, a la llamada que supone para todos la celebración del bautismo de Jesús. él es la luz de las naciones, él es el ungido por el Espíritu Santo, el hijo amado del Padre, Su predilecto. Así pues vemos como la liturgia de la Iglesia nos lleva de la mano desde el inicio del Adviento, y hoy contemplamos al niño de Belén, al niño exiliado en Egipto, mostrando ante todos su verdadera identidad, su interior. Hoy se nos manifiesta Dios, hoy Jesús nos quiere enseñar más sobre el Padre, nos quiere mostrar su rostro; no se trata por tanto de una espeia de cumpleaños del bautismo del Señor, él nos quiere decir de nuevo quién es él, quién es su Padre y su Espíritu:
Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él, Y vino una voz del cielo que decía: Este es mi Hijo amado, mi predilecto. (Mt. 3, 16-17).
Por este motivo Jesús es la luz de las naciones, y es el que ha podido pasar por la vida haciendo el bien (cf. Hch. 10, 38). Por lo tanto el mensaje de hoy es crucial, es integral, Dios nos sale al encuentro y brilla ante nosotros en toda su belleza y plenitud, Jesús nos muestra este misterio, él está en el centro. Sólo porque él es Dios, es luz para nosotros, es esperanza y es Vida en nuestra pequeña vida de cada día.
Al mismo tiempo comenzamos un nuevo año; un nuevo paso al frente se nos propone a todos, un sinfín de expectativa planean sobre nosotros esperando la respuesta de hombres valientes y audaces. Nosotros no somos muy valientes, nosotros los cristianos somos más bien personas descuidadas, olvidadas del gran tesoro que tenemos, la luz de las naciones, el hijo amado y predilecto del Padre. Y es que el egoismo nos paraliza, el individualismo nos hace salir corriendo ante cualquier problema o necesidad que requiera de una ayuda desinteresada. Y así, por mirarnos tanto a nosotros dejamos de ver la luz que brilla hoy sobre nosotros, cumpliendo así el dicho: la corrupción de lo mejor se convierte en lo peor. La parálisis del bautizado se convierte en lo peor que pueda existir sobre la tierra.
Hoy, estamos ante lo que parece un desmantelamiento de muchos de aquellos derecho y necesidades que ha tutelado el Estado y la familia, vemos que en el fondo estaban fundamentados sólo en la prosperidad económica y social y en la viabilidad de financiarlos para todos sin muchos problemas, y que cuando han faltado los medios económicos para mantener toda esa red de asistencia a la dignidad humana y familiar la respuesta de muchos ha sido corta y clara: lo que no es viable, lo que no es rentable, o cae por su propio peso o que venga alguien por cuenta propia a levantarlo. Esta actitud puede ser contagiosa: la actitud de «salir por patas» mientras yo me voy buscando y encontrando mis castañas.
Hoy, doce de enero, viene Cristo a nuestras vidas, nuestra luz, la luz de las naciones, la verdad que nos salva y nos libera. ¿Quién peleará hoy en el bando de la Iglesia, quién se unirá en lazo fuerte a la causa de la Iglesia en el mundo, que sigue haciendo aguas por doquier? No podemos también salir «por patas», Jesús se ha arremangado y se ha inclinado sobre el mundo.