Como cada año, del 18 al 25 de enero hemos celebrado la Semana de oración por la unidad de los cristianos. El lema de este año ha sido tomado de la afirmación que hace el apóstol Pablo en I Co 1, 13:
¿Es que Cristo está dividido?
Hablar de ecumenismo y de la unidad de los cristianos nos hace pensar que la historia de la división entre los discípulos de Jesucristo se debe a errores y pecados en los cuales nosotros también podemos tener parte. A menudo ha jugado un papel nefasto el sentimiento exclusivo y la poca predisposición al perdón y a la mutua comprensión, los cuales nos han traído a acentuar más aquello que nos diferencia y nos separa que no aquello que tenemos en común y nos une. Ciertamente que no todo se puede dar por bueno, pero también tenemos que tener presente que todos venimos de una historia que nos ha marcado. Conozco personalmente protestantes y ortodoxos, la fe cristiana de los cuales les ha venido dada durante tiempos y generaciones por sus confesiones e iglesias, para ellos el cristianismo tiene este color específico; ni ellos ni nosotros hemos sido los causantes de cismas, herejías y divisiones; aun así, nos encontramos separados y, aunque nos une la fe en un solo Dios que es Trinidad, la confesión en el Espíritu Santo y la profesión de un solo bautismo, no nos podemos sentar todavía en la misma mesa para celebrar y comer la Eucaristía. Aun así, quienes participamos en la plegaria ecuménica que celebramos el miércoles 22 de enero, vivimos unos gestos y un sentimiento de unidad que llevaremos dentro del corazón y nos ayudarán a trabajar para acercarnos.
Sería equivocado pensar que unos son buenos y otros malos: todos los cristianos, seamos católicos, protestantes u ortodoxos somos hombres y mujeres con nuestras debilidades y con el anhelo de amar y seguir a Jesucristo, y esta es la base común que tenemos que tener presente y que tiene que unirnos en la oración personal y también en momentos de oración conjunta, que tenemos que continuar haciendo también después. Todos los cristianos, católicos, ortodoxos y protestantes tenemos ricos tesoros espirituales que podemos y tenemos que compartir: la Palabra de Dios, la liturgia, la vida espiritual, el trabajo iluminado por la fe en orden a la construcción de un mundo mejor.
Bien seguro que todos tenemos nuestra idiosincrasia, pero todos podemos aprender los unos de los otros. No se trata de negar las diferencias ni esconder aquello que es erróneo; no se trata tampoco de ganar o de perder en el juego de ver quién tiene más razón, sino de amarnos a pesar de las diferencias y las divisiones que se han dado en la historia, de estar abiertos al diálogo y de ser conscientes de que el camino del ecumenismo es largo; pero no es un camino de agrias discusiones sino un camino de amor y de plegaria, una vía que tenemos que procurar hacer juntos a pesar de que a veces sea difícil de entender al otro, una ruta que el mismo Cristo ha abierto con su muerte y resurrección.