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Según el relato de Marcos, algunos tratan de acercar a Jesús unos niños y niñas que corretean por allí. Lo único que buscan es que aquel hombre de Dios los pueda tocar para comunicarles algo de su fuerza y de su vida. Al parecer, era una creencia popular.

Los discípulos se molestan y tratan de impedirlo. Pretenden levantar un cerco en torno a Jesús. Se atribuyen el poder de decidir quiénes pueden llegar hasta Jesús y quiénes no. Se interponen entre él y los más pequeños, frágiles y necesitados de aquella sociedad. En vez de facilitar su acceso a Jesús, lo obstaculizan.

Jesús se indigna por el comportamiento de sus discípulos que es intolerable. Enfadado, les da dos órdenes: «Dejad que los niños se acerquen a mi. No se lo impidáis». Son precisamente los pequeños, los débiles e indefensos, los primeros que han de tener abierto el acceso a Jesús. «De los que son como ellos es el reino de Dios». En el reino de Dios y en el grupo de Jesús, los que molestan no son los pequeños, sino los grandes y poderosos, los que quieren dominar y ser los primeros.

El centro de su comunidad no ha de estar ocupado por personas fuertes y poderosas que se imponen a los demás desde arriba. En su comunidad se necesitan hombres y mujeres que buscan el último lugar para acoger, servir, abrazar y bendecir a los más débiles y necesitados.

El Reino de Dios no se difunde desde la imposición de los grandes sino desde la acogida y defensa a los pequeños. Donde éstos se convierten en el centro de atención y cuidado, ahí está llegando el reino de Dios, la sociedad humana que quiere el Padre.

Queridos hermanos y hermanas, pidamos insistentemente al Señor que nos dé un corazón abierto para acoger a los débiles de nuestra sociedad: los enfermos, los marginados, los pobres, los refugiados, inmigrantes, los huérfanos, las viudas, los sin techo, los sin papeles; porque…»de los que son como ellos es el Reino de Dios».