El apóstol Pablo, escribiendo a los cristianos de Galacia, en la actual Turquía, dice: «hermanos, habéis sido llamados a la libertad; sólo que no toméis de esa libertad pretexto para la carne; antes al contrario, servíos por amor los unos a los otros. (Gálatas 5, 13).

Vivir según la carne significa seguir la tendencia egoísta de la naturaleza humana. Vivir según el Espíritu, por el contrario, es dejar que las intenciones y obras sean guiadas por el amor de Dios, que Cristo nos ha dado.

La libertad cristiana, por tanto, no es ni mucho menos albedrío [escoger una cosa u otra]; es seguimiento de Cristo en el don de sí hasta el sacrificio de la cruz. Puede parecer una paradoja, pero el Señor vivió la cumbre de su libertad en la cruz, como cumbre del amor. Cuando en el Calvario le gritaban: «Si eres el Hijo de Dios, ¡baja de la cruz!», él demostró su libertad de Hijo quedándose precisamente en ese patíbulo para cumplir hasta el final con la voluntad misericordiosa del Padre. Esta experiencia la han compartido otros muchos testigos de la verdad: hombres y mujeres que han demostrado ser libres incluso en la celda de una cárcel o bajo las amenazas de la tortura. «La verdad os hará libres». Quien pertenece a la verdad nunca será esclavo de ningún poder, sino que sabrá siempre hacerse libremente siervo de los hermanos.» (Papa Benedicto XVI).

Vemos así como verdad y libertad van íntimamente relacionadas. La libertad busca siempre la verdad, pues si empleamos el poder escoger (que es don de Dios) para servir a la mentira y a la ideología, nuestra libertad se desvirtúa y el mal nos acaba consumiendo. «Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén.» (Lc 9, 51). Cristo mismo es el gran modelo de libertad, de amor a la verdad (también lo fue Juan el Bautista y San Pedro, nuestro patrón). Jesús es consciente de lo que le espera en Jerusalén, pero ama la voluntad del Padre y se dispone a caminar, a modelar sus obras según esa decisión de su voluntad humana (que corresponde del todo a su voluntad divina). La libertad no se nos ha dado para asegurarnos una serie de comodidades en esta vida, sino para que busquemos la verdad y la persigamos con nuestras obras, con nuestra voluntad, que es la que nos dirige.

Ante la cita electoral del día de hoy, el seguidor de Cristo ha de reconocer en primer lugar una realidad escondida que muchos no ven y que la fe nos permite vislumbrar:

la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Hay entre ellos un antagonismo tal que no hacéis lo que quisierais. (Gálatas 5, 17).

Esta frase de san Pablo es parte de la Revelación, parte de la verdad fundamental del hombre y del cristiano, así que no podemos obviarla. Teniendo en cuenta que somos católicos por gracia no podemos pensar lo que un día dijo un ministro: «Yo soy católico, pero la religión está en un lado y la política está en el otro.» Jesús le pudo haber respondido, quien no está conmigo está contra mí. Mi pequeña aportación como pastor querría ser esta, ante los cantos de sirena de las ideologías que fuerzan la realidad y se entrometen en la vida de las familias poniendo leyes estúpidas cuando no injustas, hemos de partir de la realidad para ser realistas, nada de optimistas, así no nos haremos cómplices de las falsedades y crímenes de los que reman en la barca del mundo.

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