Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el viñador. Si uno de mis sarmientos no da fruto, lo corta; pero si da fruto, lo poda y lo limpia para que dé más. (Jn 15,1-2).
Encargaron a un científico serio que estudiara las dificultades de un rosal durante su periodo de floración. Con gran responsabilidad, el científico realizó la tarea. Primero estudió la tierra, y descubrió que la planta estaba cerca de una pared cuyos cimientos llegaban hasta la tosca. La greda extraída la habían echado justamente en el sitio donde plantaron el rosal. Era una tierra con un historial y unos condicionantes negativos. Además, toda la lluvia que caía sobre aquella parte del tejado descargaba en el alero que había justo encima de la planta, y a veces que la humedad era excesiva. Había poco sol por la mañana; en cambio, por la tarde había demasiado, a causa del reflejo de la pared encalada.
Había muchas razones adversas en la historia previa de su terreno y en la geografía del lugar. Pero también las había en su misma naturaleza y en la historia de su crecimiento: la variedad a la que pertenecía no era la más adecuada para aquel clima, lo plantaron a destiempo, y de pequeño había sufrido un serio accidente que por poco acaba con él. ¡Cuántos traumas y condicionantes! Leer el informe era desesperante. ¿Qué hacer? Aparentemente se trataba de circunstancias irreversibles, o ya muy poco variables. Pero aquí precisamente estaba el error. La suma de todas las razones adversas del pasado del rosal no daba ninguna explicación sobre el por qué de su existencia en ese lugar y en aquellas condiciones. Todas las razones se referían a su pasado, y eran simplemente informes sobre la realidad existente y comprobable. Y lo que interesaba de veras era el presente de la planta y su futuro.
La gente se dirigió de nuevo al científico para pedirle un consejo. Más que eso, quizás querían saber por qué la planta estaba precisamente allí y no en otro sitio más favorable, por qué se le pedía al pobre rosal que viviera aquella geografía e historia con tantos condicionantes negativos. Y el hombre, que era un científico serio les respondió:
– No me lo pregunten a mí. En todo caso pregúntenselo al jardinero.
Bien cierto. La respuesta se integraba en un plan mucho mayor que el de la simple historia comprobable de la planta. Y el jardinero tenía un proyecto global que abarcaba todo el jardín. En su sabiduría, conocía muy bien todo lo que con su ciencia descubrió el científico. Y sin embargo, quiso que el rosal viviera, y que su existencia embelleciera dolorosamente aquel rincón del jardín, comprometiéndose a vigilar sus ciclos y defender su vida amenazada. El jardinero estaba comprometido tanto con el rosal como con toda la vida y la belleza del jardín. Esto dependía de un plan que brotaba de la sabiduría de su corazón, por lo que el científico nunca podría llegar a investigarlo completamente, ya que él reducía su búsqueda a la mera existencia de la planta en su individualidad y en su geografía concreta. Al médico le podrás preguntar sobre la causa de tu dolor, al psicólogo sobre la raíz de tus traumas, al historiador y al sociólogo sobre el pasado que te condiciona. Pero por qué y para qué has sido llamado a la vida aquí y ahora, eso se lo tendrás que preguntar a Dios. Jesús decía: «Mi Padre es el viñador». Desde la eternidad, él nos ha pensado con un sentido, con un por qué y un para qué, con una misión que cumplir con amor, aún en medio del dolor; con un amor que hace bellas y grandes todas las cosas.