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En la Letanía del Rosario saludamos a la Santísima Virgen como «Causa de nuestra alegría». ¿Por qué le dedicamos esta alabanza? Porque por ella ha venido al mundo Aquel que nos trae la alegría verdadera: Jesucristo, el Hijo de Dios, nuestro Salvador. Dios ha querido que la humanidad cooperara con Él a llevar alegría al orbe, por eso ha querido que su Hijo se hiciera hombre y que, por tanto, naciera de una mujer para poder compartir así nuestra condición humana. La Bienaventurada Virgen María es la gran colaboradora humana que nos trae la alegría que procede de Dios.

Jesucristo trae la alegría al mundo porque nos da la salvación. Cuando a nuestro alrededor todo se ve invadido por la oscuridad, la tristeza, la desesperanza y la frustración, Cristo viene a iluminar el mundo trayéndonos de parte de Dios los dones de la fe, la esperanza y la caridad, y esa luz que nos ilumina nos da también calor humano y alegría, nos hace ver que el túnel oscuro en el que nos hallábamos tiene una salida. Gracias a nuestro Salvador, ya no caminamos en la oscuridad y, por tanto, ya no andamos en el temor y el miedo, sino que vemos con seguridad cuál es el camino y cuál es nuestra meta.

El apóstol Pablo decía a los Gálatas, como resumen de su predicación: «Cuando llegó la plenitud del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos la adopción filial» (Ga 4,4). ¿Y qué mayor alegría puede haber que la de ser adoptados por Dios como hijos suyos? Así, el Hijo de Dios se hace hombre para que nosotros llegamos a ser hijos de Dios, esta es la mayor dignidad que podemos tener. Tener esta certeza es un gran motivo de alegría que debe transformar toda nuestra vida, ya que como han dicho muchos autores espirituales, «un cristiano triste es un triste cristiano».

Unida a su Hijo y a su misión, María vivió siempre en la alegría: «Engrandece mi alma al Señor, mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador» (Lc 1,46-47). Estas palabras pronunciadas en su visita a su prima Isabel pueden ser muy bien el programa de toda nuestra vida, y la Iglesia las proclama y las canta cada día en la hora de Vísperas. Sin embargo, la alegría en la que vivió la Virgen, no le ahorró los problemas, los sufrimientos y las inquietudes por los que, como ser humano, tuvo que pasar, pero sí le dio fortaleza y buen ánimo para seguir adelante. María no fue feliz sin problemas, sino que fue feliz a pesar de los problemas y más allá de estos; por eso ella nos enseña a vivir la alegría llenos de confianza en Dios. Al pedirle que nos dé la alegría, Santa María nos da su enseñanza de vida y nos muestra a su Hijo, cuyo mensaje es Evangelio, es decir, Buena Noticia, una noticia gozosa y alegre sin duda.