En la primera lectura, la comunidad cristiana primitiva se da cuenta de los resultados de discutir acerca de la justificación sin haber consultado con los apóstoles. El Salmo 66 presenta el carácter universal de la alabanza que le debemos a Dios. En la segunda lec-tura se describe la grandeza de la nueva Jerusalén, fundada sobre doce columnas con los nombres de los doce apóstoles del Cordero. En el Evangelio, Jesús asegura a sus discí-pulos que les enviará un maestro, el Espíritu Santo, y los anima a prepararse para su partida.
En el evangelio de Juan podemos leer un conjunto de discursos en los que Jesús se va despidiendo de sus discípulos. Los comentaristas lo llaman El Discurso de despedi-da. En él se respira una atmósfera muy especial: los discípulos tienen miedo a quedarse sin su Maestro; Jesús, por su parte, les insiste en que, a pesar de su partida, nunca senti-rán su ausencia. Hasta cinco veces les repite que podrán contar con «el Espíritu San-to». Él los defenderá, pues los mantendrá fieles a su mensaje y a su proyecto. Por eso lo llama «Espíritu de la verdad». En un momento determinado, Jesús les explica mejor cuál será su quehacer: «El Defensor, el Espíritu Santo… será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho». Este Espíritu será la memoria viva de Je-sús.
El horizonte que ofrece a sus discípulos es grandioso. De Jesús nacerá un gran movimiento espiritual de discípulos que le seguirán defendidos por el Espíritu Santo. Se mantendrán en su verdad, pues el Espíritu les irá enseñando todo lo que Jesús les ha ido comunicando por los caminos de Galilea. Él los defenderá en el futuro de la turbación y de la cobardía. Jesús desea que capten bien lo que significará para ellos el Espíritu de la verdad y Defensor de su comunidad: «Os dejo la paz; os doy la paz». No sólo les desea la paz. Les regala su paz. Si viven guiados por el Espíritu, recordando y guardando sus palabras, conocerán la paz. No es una paz cualquiera. Es su paz. Por eso les dice: «No os la doy yo como la da el mundo». La paz de Jesús no se construye con estrategias inspi-radas en la mentira o en la injusticia, sino actuando con el Espíritu de la verdad. Han de reafirmarse en Él: «Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde».
En estos tiempos difíciles de desprestigio y turbación que estamos sufriendo en la Iglesia, sería un grave error pretender ahora defender nuestra credibilidad y autoridad moral actuando sin el Espíritu de la verdad prometido por Jesús. El miedo seguirá pene-trando en el cristianismo si buscamos asentar nuestra seguridad y nuestra paz alejándo-nos del camino trazado por Él. Cuando en la Iglesia se pierde la paz, no es posible recu-perarla de cualquier manera ni sirve cualquier estrategia. Con el corazón lleno de resen-timiento y ceguera no es posible introducir la paz de Jesús. Es necesario convertirnos humildemente a su verdad, movilizar todas nuestras fuerzas para desandar caminos equivocados, y dejarnos guiar por el Espíritu que animó la vida entera de Jesús. «El Es-píritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará to-do lo que yo os he dicho». En estos últimos días de Pascua pidamos por intercesión de la Virgen María Madre de Dios y Madre nuestra, abrirnos al Espíritu: le hemos recibido al ser bautizados y confirmados, pero es necesario que —como ulterior don— rebrote en nosotros y nos haga llegar allá donde no podemos llegar sin su ayuda.