bienaventuranzas-min

Hablando de las Bienaventuranzas os decía hace un par de semanas que eran como el Pórtico de entrada al Sermón de la Montaña, donde Jesús nos dio la Ley de la Nueva Alianza, muy superior a la que nos diera Moisés con las Tablas de la Ley. Justamente es lo que nos dice el Evangelio de hoy (Mt 5,17-37). Además de dar al Padre la satisfacción debida, redimirnos y darnos ejemplo de vida, el Señor Jesús vino a este mundo para corregir las desviaciones introducidas en la Ley de Dios y para colmarnos de sus bendiciones: haciéndonos hijos de Dios y dándonos el código de la más alta perfección: el Evangelio, cuya quintaesencia está en lo que llamamos el Sermón de la Montaña, que estamos comentando.

Con el máximo respeto a la Ley y los Profetas, que constituyen toda la Revelación del Antiguo Testamento, Jesús dice que no ha venido a abolirla, sino a darle cumplimiento. Es decir, a enriquecerla y llevarla a la perfección, revelando los múltiples matices que encierra y que también hay que cumplir. Ciertamente no hay que matar, pero tampoco hay que enfadarse con el hermano. No hay que cometer adulterio, pero ni tan sólo con el pensamiento… No basta con el hecho de conseguir acta de divorcio, pues el divorciado comete adulterio si está con otra. No hay que jurar en falso, sino simplemente decir SÍ o NO. Lo susodicho es importante, pero es importante también, y mucho, lo que Jesús añade en cada uno de los cuatro casos. Por ejemplo, las dos breves parábolas con las que remarca positivamente lo que va implícito en el 5º mandamiento: no matar. No basta con no matar y no insultar y no enojarse con el prójimo. Hay que hacer ver y practicar la primacía de la caridad. En primer lugar la reconciliación con el prójimo como condición ineludible -sine qua non-, de nuestro trato con Dios. Si tu hermano está enojado contigo, aunque supuestamente tú no le hayas dado motivos, déjalo todo y reconcíliate primero con tu hermano… Haz esto cuanto antes, enseña la segunda parábola, pues la caridad cristiana no admite plazos.

Pero hay algo mucho más importante todavía en el Sermón de la Montaña. Mucho más importante que las cosas que se nos proponen, con ser sublimes y casi ideales, y mucho más importante aún que cumplirlas escrupulosamente. Lo máximo es adherir y seguir a Jesucristo, que es quien nos las propone; Él es la Palabra de Dios, consustancial al Padre (Heb 1,1-3). Él es la Nueva Ley, la Norma de todo, y es la vida de Cristo lo que el cristiano tiene que imitar y seguir. Es por ello que su justicia (piedad) supera a la piedad legal de los escribas y fariseos.