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Hay una crítica que a veces raya la agresión persecutoria contra lo religioso, concretamente contra los católicos y su Iglesia. En términos de utilidad social esta actitud resulta un pésimo negocio. Al margen de cualquier valoración religiosa, los datos de las encuestas indican cuestiones muy interesantes:

Los católicos practicantes participan mucho más en las elecciones que el conjunto de la población. Si la participación electoral es una demostración de ciudadanía, el resultado salta a la vista.

Sus matrimonios son más estables, con menos rupturas y tienen más hijos. Es decir, su aportación a la sociedad, y en términos concretos a la Seguridad Social, es la que permite la continuidad del sistema. De hecho, tanto es así que el número de familias con más de dos hijos que no sean católicas practicantes es una fracción muy reducida del total. La estabilidad y la menor frecuencia en la ruptura, también otorga unas mejores condiciones para la educación de los hijos y, en otro ámbito, reduce los casos de violencia doméstica y, específicamente, los homicidios.

Sus hijos son menos conflictivos y registran mayoritariamente mejores pautas de comportamiento en relación con el alcohol y, sobre todo, con las drogas, los abortos y las enfermedades de transmisión sexual en adolescentes y jóvenes, y con la violencia.

En general, adultos y jóvenes católicos practicantes, participan más, con diferencia, en organizaciones solidarias, y en ONGs, no sólo confesionales sino de todo tipo. También aportan una mayor proporción de sus ingresos a causas solidarias y benéficas. Asimismo, registran una menor tasa de delitos en particular en aquellos que incorporan la violencia y, una hipótesis a verificar en el caso de España, podría ser que también vivieran más años, lo que guardaría relación con su estilo de vida.

De hecho, si se tuviera presente el criterio de la religión en el análisis de los comportamientos sociales, tendríamos una radiografía explicativa de las causas de buena parte de los problemas que nos aquejan.

Si las pautas de los católicos, que probablemente puedan hacerse extensivas en nuestro país a los demás cristianos aunque no dispongamos de datos para confirmarlo, fueran generales en la sociedad, todo funcionaría mejor. Los costes sociales serían menores, la productividad mejor, la enseñanza alcanzaría mayores cotas de calidad, habría menos violencia, más participación y mayor solidaridad e interés por la situación del prójimo. Todo esto son datos constatables a través de las diversas series de encuestas que directa o indirectamente han tratado la cuestión en nuestro país. Visto así, todavía resulta más incongruente esa aversión hacia la práctica religiosa que hoy por hoy es la que garantiza mejores comportamientos sociales. ¿O acaso ésta forma parte del problema?