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Hoy celebramos el primer domingo de Cuaresma, y este tiempo litúrgico “fuerte” es un camino espiritual que nos lleva a participar del gran misterio de la muerte y resurrección de Cristo. Hace pocos días, con el Miércoles de Ceniza, hemos comenzado el tiempo de Cuaresma, tiempo de preparación para la celebración de la Pascua de Jesús, tiempo también de conversión y solidaridad. Por ello las lecturas que hoy escuchamos nos dicen cómo, desde el principio de la creación, el Dios creador y liberador tuvo un plan de salvación y de felicidad para hombres y mujeres. Pero el ser humano pecó y prefirió vivir al margen del Dios salvador y tuvo que pagar las consecuencias de haber asumido tal actitud. El texto del libro del Génesis nos narra cómo el Dios creador formó al hombre y a la mujer. Al crearlos los puso en un jardín para que vivieran felices. Sin embargo, engañados por la serpiente, pecaron. Al caer en la tentación rompieron el plan de felicidad que Dios tenía para ellos y tuvieron que pagar las consecuencias de tal actuación.

San Pablo hace una comparación entre Adán, el ser humano pecador, y Jesucristo, el ser humano santo. Por medio del pecado de Adán todos nos constituimos en pecadores, pero por medio de Jesucristo hemos sido salvados. Y se realizó así porque Dios tiene un plan de salvación al que están llamadas a participar todas las personas que se abren a su Palabra salvadora y liberadora. En el Evangelio, Jesús es conducido por el Espíritu al desierto para prepararse para su misión. En esa ocasión es tentado por el diablo sobre las tentaciones más frecuentes del ser humano: el poder, la vida fácil, el sensacionalismo y el afán desmedido de posesiones y riquezas. Jesús sabe rechazar cada una de las tentaciones y es fiel al proyecto y a la misión que se le ha encomendado en medio de su pueblo. La Cuaresma y el Evangelio de hoy nos enseñan que la vida es un camino que nos ha de llevar al cielo. Pero, para poder ser merecedores de él, tenemos que ser probados por las tentaciones. «Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo» (Mt 4,1). Jesús quiso enseñarnos, al permitir ser tentado, cómo hemos de luchar y vencer en nuestras tentaciones: con la confianza en Dios y la oración, con la gracia divina y con la fortaleza.

Las tentaciones se pueden describir como los “enemigos del alma”. En concreto, se resumen y sintetizan en tres aspectos. En primer lugar, “el mundo”: «Di que estas piedras se conviertan en panes». Supone vivir sólo para tener cosas. En segundo lugar, “el demonio”: «Si postrándote me adoras (…)». Se manifiesta en la ambición de poder. Y, finalmente, “la carne”: «Tírate abajo», lo cual significa poner la confianza en el cuerpo. Todo ello lo expresa mejor santo Tomás de Aquino diciendo que «la causa de las tentaciones son las causas de las concupiscencias: el deleite de la carne, el afán de gloria y la ambición de poder». Que esta celebración nos fortalezca para que seamos capaces de reconocer nuestro pecado personal y social y reforzarnos contra las tentaciones que quieren alejarnos de los caminos del Dios vivo.