homepage-image-5

Manos Unidas es una ONG internacional de carácter solidario, especialmente con el Tercer Mundo, que nació en el seno de la Iglesia Católica. Cada año nos sensibiliza a través de campañas muy bien organizadas sobre las necesidades materiales más perentorias de la mayor parte de la población mundial, necesidades que son consecuencia directa o indirecta del hambre y que alcanzan también a los ámbitos sanitario, educativo y de desarrollo en general. Podríamos decir que las campañas de Manos Unidas son complementarias a las campañas del Domund, cuyo objetivo en este caso es la propagación explícita de la fe cristiana. Si bien ambas comparten algunos campos comunes (por ejemplo, la construcción de escuelas, porque con ellas se hace posible tanto la educación como la difusión del Evangelio), el Domund –sin olvidar la parte material de la persona, mira más hacia su dimensión espiritual–, mientras que Manos Unidas –sin olvidar tampoco la parte espiritual–, apunta más a la dimensión material del ser humano. Por otra parte, los agentes que han de desarrollar los proyectos son prácticamente los mismos: los misioneros que, llenos del amor de Jesucristo, dan su vida a diario por las personas y los pueblos donde plantan y cultivan la semilla del Reino de Dios.

Como la Iglesia no es ajena a los problemas de la humanidad y quiere escuchar siempre el clamor de los pobres, Manos Unidas nos sensibiliza este año acerca de un problema que debemos ver como grave, dado que, por haberlo ignorado deliberadamente, ahora notamos sus consecuencias que han encendido todas las alarmas; los pavorosos incendios de Australia son un botón de muestra. Nos hemos desentendido de tratar bien a nuestro planeta, hemos abusado de sus recursos, hemos contaminado muchísimo, y todo eso lo hemos hecho una parte pequeña de la población mundial, pero las consecuencias de nuestra actuación han tenido que soportarlas de un modo u otro todo el conjunto de los habitantes de la tierra: contaminación de la atmósfera y del mar, desertización, emisiones nucleares, incendios devastadores, cambio climático, elevación del nivel de los océanos que pone en peligro muchos lugares costeros, etc.

Y aquí radica una gran parte del problema: lo que hacemos y provocamos en una parte del mundo afecta a más personas de otros lugares y, a menudo, a la gente más pobre. Pensemos, por ejemplo el impacto ambiental que supondrá la crecida del nivel de los océanos por el calentamiento global en un país como Bangladesh, donde viven 167.671.000 de personas, cuyo territorio desaparecerá bajo las aguas. Los Países Bajos tienen un problema similar, pero disponen de medios de ingeniería para enfrentarse con cualquier eventualidad en este sentido, mientras que Bangladesh no dispone de medios. Nosotros todavía podemos gozar de una relativa abundancia de agua, mientras que los países subsaharianos se mueren de sed. No podemos pensar que en el mundo no hay problemas porque nosotros no los padecemos. A pesar de las dificultades que podamos tener en nuestro país, sin embargo nos podemos considerar muy privilegiados y hemos de dar gracias a Dios; por eso, necesitamos una conversión que nos haga sentir también como nuestros los problemas de los demás.