Al acercarse la solemnidad de Todos los Santos, he querido recordar el pontificado del Papa San Juan Pablo II (1978-2005), uno de los períodos que más ha marcado la historia de la Iglesia, tanto por su extensión en el tiempo, como por la intensidad de todo lo que se vivió en este fecundo papado. Para mí fue el Papa de la mayor parte de mi formación al sacerdocio y también la mayor porción en el tiempo de mi ministerio presbiteral. Ingresé en el Seminario Menor de La Conrería en 1977, todavía en el pontificado del Beato Pablo VI, pero de 1978 a 1988, año en que fui ordenado presbítero, fue Juan Pablo II quien guiaba la nave de la Iglesia. Y de los veintinueve años que llevo como sacerdote, diecisiete se han desarrollado durante su pontificado. Sin duda, su influencia ha sido muy grande en mi vida. Fue para mí un notable gozo y un gran honor poderlo saludar personalmente e intercambiar unas breves palabras el 1 de febrero de 1995, cuando realizaba estudios en Roma para la tesis doctoral.
Juan Pablo II es un santo reconocido por la Iglesia, beatificado por el Papa Benedicto XVI en 2011 y canonizado por el Papa Francisco en 2014. Y al mismo tiempo es el Papa que ha beatificado y canonizado más beatos y santos: más de 1.800, lo cual significa que él ha beatificado y canonizado más beatos y santos que todos sus antecesores juntos en la historia de la Iglesia. Con él, el Martirologio Romano (el catálogo oficial de los santos de la Iglesia Católica) se ha ampliado más del doble.
No es casualidad que los más importantes fueran santos y beatos que vivieran en el siglo XX, entre los que tenemos mártires destacados que fueron víctimas del genocidio nazi, como Maximiliano Kolbe, Edith Stein o Tito Brandsma, o mártires de la guerra civil española, como los seminaristas claretianos de Barbastro, o Ceferino Giménez Malla, el primer beato gitano. Con tan abundantes beatificaciones y canonizaciones, San Juan Pablo II, quiso mostrar que la santidad es una llamada a todos los cristianos, como muy bien lo expresó el Concilio Vaticano II, que ser santo no es imposible hoy día y que es un hecho muy actual. Solemos ver a los santos como personajes lejanos del pasado y casi míticos, cuyas imágenes colocamos en altares y peanas, sin que tengan relación alguna con nuestra vida cotidiana. Sin embargo, los santos han sido personas de carne y hueso como nosotros; el hecho de que ahora dispongamos de ellos de fotografías, filmaciones y grabaciones sonoras, nos ayudan a ver su cercanía con nosotros. Sin duda, los beatos y santos que San Juan Pablo II ha proclamado son la mejor huella de su pontificado.
Uniendo a los santos de todas las épocas, las antiguas y la actual, podemos decir que hay santos de todos los carismas y colores, y que todos podemos encontrar modelos a imitar e intercesores que nos ayuden en la oración. ¡Bendito sea Dios en sus ángeles u en sus santos!