Así como el sol, al caer sobre la tierra, vivifica todo lo que se le descubre y se expone a sus rayos, así nuestro Señor, al pasar por el pueblo de Jericó, iluminó a Zaqueo, que se presentó ante sus ojos luminosos, estando muerto debido a sus muchos pecados. Y fue vivificado, siendo una de las conversiones más admirables. (…) Y Zaqueo se enteró de que Jesús venía a la aldea. Pero la gran muchedumbre que luchaba por acercarse a Jesús, le impedía verlo, pues era de baja estatura. Entonces se adelantó y se subió a un sicómoro. No hizo como tantos otros que no se mueven ante las cosas de Dios. Estaba deseoso de no perder esta ocasión. (San Francisco de Sales).

Un domingo más nosotros también recibimos los rayos beneficiosos del sol que es Cristo, que se eleva desde el oriente y su calor nos prepara para iluminar nuestras sombras. él también pasa por nuestro pueblo y se quiere detener con cada uno de nosotros, pero como dice la Escritura, son muchos los que rechazan la luz para que sus pecados no queden al descubierto (cf. Jn 1, 1-14).

El rico Zaqueo estaba muerto por sus obras, pues sólo servía a las cosas de este mundo que no pueden dar fruto; pero recibió la vida, primero por su arrepentimiento, y después por el perdón que sólo el Señor Jesús puede dar. Zaqueo quedó impresionado por Jesús, y descubrió la esperanza al ver que venía a su casa, a su hogar (podríamos decir que el Señor entró hasta la cocina). Ya conocía la vileza de su profesión y la limitación de las riquezas, pero la chispa de la esperanza se encendió con la visita humilde (a pie y sin comitivas) del que es la Misericordia.

Podemos también pensar en los santos convertidos, como san Francisco de Borja, o san Juan de Dios. Nosotros necesitamos los rayos del corazón de Cristo, porque también hemos experimentado los engaños del Maligno que nos quiere vender la moto de las riquezas de cualquier tipo. Así, hoy le recibimos en la Santa Misa y le miramos asombrados: Señor mío, y Dios mío. Cristo, y también los santos pasan hoy por nuestras vidas, la esperanza de la salvación es posible. Recibamos los rayos del sol que es Cristo para formar un bello jardín como el que nos describe Benedicto XVI:

Celebramos hoy con gran alegría la fiesta de Todos los Santos. Visitando un jardín botánico, uno se queda estupefacto ante la variedad de plantas y flores, y espontáneamente piensa en la fantasía del Creador que ha hecho de la tierra un jardín maravilloso. Un sentimiento análogo nos invade cuando consideramos el espectáculo de la santidad: el mundo nos parece como un «jardín», donde el Espíritu de Dios ha suscitado con fantasía admirable una multitud de santos y santas, de toda edad y condición social, de toda lengua, pueblo y cultura. Cada uno es distinto del otro, con la singularidad de la propia personalidad humana y del propio carisma espiritual. Todos llevan, sin embargo, impreso el «sello» de Jesús (cfr Ap 7,3), es decir, la impronta de su amor, testimoniado a través de la Cruz. Todos están en el gozo, en una fiesta sin fin, pero, como Jesús, esta meta la han conquistado pasando a través de la fatiga y la prueba (cfr Ap 7,14), afrontando cada uno la propia parte de sacrificio para participar en la gloria de la resurrección.