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Después de celebrar la solemnidad de Todos los santos y de recordar a nuestros difuntos, la liturgia nos propone el ejemplo de Zaqueo. El pasaje evangélico de hoy nos da un modelo perfecto de arrepentimiento, confesión y conversión, que es lo que tanto necesitamos para llegar a la santidad. Los pasos que sigue Zaqueo en su encuentro con Cristo son los mismos que hemos de dar también nosotros. La conversión comienza por el cambio de mentalidad, seguido por un comportamiento consecuente. Ese cambio de mentalidad nos conduce a salir más allá de nosotros mismos.

El Evangelio nos dice que Zaqueo deseaba ver a Jesús, pero era bajo de estatura, y con tanta gente le resultaba casi imposible verle. Sin embargo, su deseo era tan grande que hizo todo lo posible para ver a Jesús, hasta subirse a una higuera. Quizás Zaqueo deseaba ver a Jesús por la curiosidad que despertaba entre las multitudes que le escuchaban, o quizás tenía verdaderos deseos de encontrarse personalmente con Él. Otra vez un publicano, en este caso con un nombre concreto, Zaqueo. Ha oído hablar de Jesús, quiere verle en persona y no vacila en subirse a una higuera. Podemos suponer el ridículo que supondría para un personaje público subir a un árbol.

Los publicanos se habían enriquecido a costa del pueblo oprimido por los impuestos romanos, de los que eran recaudadores. A los ojos del pueblo eran ladrones y al mismo tiempo traidores. Sin duda, eran odiados por todos, considerados pecadores públicos. La gente le impedía ver a Jesús, en venganza por la injusticia en la que Zaqueo colaboraba. La subida a lo alto de una higuera refleja el primer proceso de la conversión, es similar al ponerse en camino del hijo pródigo. Para salir del fango hay que querer salir y hacer algo, sea dar un paso o subirse a un árbol. ¡Cuánto bien haría la mirada de Jesús en Zaqueo! Se sintió amado de veras por primera vez en su vida. Y no sólo eso, Jesús le pide hospedarse en su casa. Zaqueo se sintió honrado, pero los «perfectos» criticaban que Jesús quisiera alojarse en casa de un pecador. San Agustín comenta este detalle diciendo que «el Señor, que había recibido a Zaqueo en su corazón, se dignó a ser recibido en casa de él».

¿Qué sucedió en el corazón de Zaqueo para que se produjera en él un cambio tan radical que estuviera dispuesto a dar la mitad de sus bienes a los necesitados? Pues, simplemente que le inundó el amor misericordioso de Jesús. Todos podemos reorientar nuestra vida. Quizás necesitamos un toque de atención, la cercanía de una mano amiga, un impacto especial o una experiencia trascendente. Dios quiere ser nuestro huésped, tener un rato de encuentro con nosotros. Antes incluso de que nosotros deseemos salir a buscarle, Él ya está deseando estar con nosotros y nos pide que le abramos la puerta de nuestra casa y de nuestra vida, para que Él pueda entrar y hospedarse en nosotros.