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El tercer mandamiento de la Ley de Dios nos prescribe santificar las fiestas, absteniéndonos de trabajar y dando culto a Dios, pues el Creador descansó el séptimo día (Gn 2,2-3). Cuando el Señor confió el misterio de la salvación a la Iglesia, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomad y comed: esto es mi cuerpo, entregado por vosotros». Del mismo modo, tomó el cáliz lleno de vino y les dijo: «Bebed todos de él, porque este es el cáliz de mi sangre, sangre de la nueva alianza, que se derrama por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados. Haced esto en conmemoración mía».

En el día sagrado del Domingo unimos el día del descanso de Dios con la resurrección de Jesucristo, que nos introduce a una vida nueva; celebramos así la conmemoración del Señor y hacemos presente su sacrificio, celebrando los santos misterios, la Eucaristía. El domingo nos trajo el comienzo de toda gracia: el comienzo de la creación del mundo, el comienzo de la resurrección, el comienzo de la semana. Al comprender este día tres comienzos, nos muestra a un mismo tiempo el primado de la Santísima Trinidad: la Creación (el Padre), la Redención (el Hijo) y la Santificación del tiempo (el Espíritu Santo).

Guardamos el Domingo para introducir una pausa en el trabajo y dedicarnos a la oración. Por eso, si en este día santo no acudimos a la iglesia, no sacamos ganancia alguna; más aún, nos perjudicamos, y no poco, a nosotros mismos. Muchos son los que esperan el domingo, pero no todos con idéntico motivo. Los que temen al Señor, esperan el domingo para elevar a Dios sus plegarias y recrearse con el cuerpo y sangre preciosos; los apáticos y negligentes esperan el domingo para no trabajar y entregarse a una conducta incalificable.

¿Qué es lo que contemplamos cuando vamos a la iglesia? A Cristo, el Señor, yacente sobre la mesa sagrada, el himno santo de los serafines cantado tres veces: «Santo, santo, santo es el Señor, Dios del universo», la presencia y la venida del Espíritu Santo, al profeta y rey David entonando salmos, al bendito Apóstol inculcando su doctrina en el ánimo de todos, el himno angélico y el asiduo aleluya, las voces evangélicas, las admoniciones del Señor, la instrucción y exhortación de los venerables sacerdotes y diáconos: todo cosas espirituales, todo cosas celestiales, todo cosas que nos procuran la salvación y el reino de los cielos. Esto es lo que escucha, esto es lo que contempla todo el que va a la iglesia. Porque este día se nos ha dado para la oración y el descanso: Este es, pues, el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo; y al que, en este día, resucitó démosle gloria juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.