En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre. El tentador se le acercó y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes». Pero él le contestó: Está escrito: «No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. (Mt 4, 1-3).

Este primer domingo de Cuaresma nos recuerda dos cosas muy importantes para nuestro particular camino penitencial, y que son, a saber, el impulso del Espíritu Santo y las tentaciones del demonio. Nosotros también estamos en este particular lugar teológico, entre la fuerza del Espíritu que nos invita a orar más por un lado, y el provecho de enfrentarnos al Maligno y sus tentaciones para saber bien qué es lo que nos alimenta, la Palabra de Dios viva que es Cristo.

Aquí una clara explicación:

El evangelio de este día, al indicarnos que Jesucristo se retiró al desierto, no dice que fuera para huir la compañía de los hombres ni para orar; sino a fin de ser tentado. Y eso, para darnos a entender que el primer paso de quien pretende consagrarse a Dios ha de ser dejar el mundo, con el fin de disponerse a luchar contra el mundo mismo y contra los demás enemigos de nuestra salvación. En el retiro, dice san Ambrosio, es donde precisamente ha de contar uno con ser tentado y expuesto a muchas pruebas. Lo mismo os advierte el Sabio al afirmar que cuantos se alistan en el servicio de Dios deben prepararse para la tentación. ésta les resulta, efectivamente, muy provechosa; pues se convierte en uno de los mejores medios que puedan emplear para verse enteramente libres, tanto del pecado como de la inclinación a pecar. ¿Habéis creído siempre que, para daros de todo punto a Dios, debéis disponeros a ser tentados? ¿No os causa sorpresa el que a veces os acose la tentación? En lo sucesivo, vivid siempre preparados para ella; de modo que podáis sacar todo el fruto que con la tentación intenta Dios producir en vosotros. (San Juan Bautista de la Salle).

Hoy se nos hace patente, como siempre, una tentación ligada siempre al hombre de fe, a aquel que busca la voluntad de Dios en mitad de los secarrales de la vida. Desgraciadamente hemos de constatar que hoy por hoy, como católicos, no contamos con ninguna representación en nuestros parlamentos ni instituciones, nadie nos representa, es más, algunos católicos coherentes están casi a las puertas de los presidios.

Todos se han posicionado claramente, y hemos de lamentar el gran eclipse de Dios, la ignorancia voluntaria de la Ley Natural y, por otro lado, el escaso interés de muchos católicos de revertir esta situación. Esto supone para nosotros un desierto: no ha de ser una desgracia, podemos sacar de todo ello una gran gracia, hemos de fiarnos de Cristo en el desierto. El mundo hostil que nos rodea quiere panes; quiere que las piedras se conviertan en panes pero no les interesa lo más mínimo Cristo, aquel que puede saciar nuestra hambre y alimentarnos con la eternidad.

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