«Entre vosotros hay uno que no conocéis». Estas palabras las pronuncia el Bautista refiriéndose a Jesús, que se mueve ya entre quienes se acercan al Jordán a bautizar-se, aunque todavía no se ha manifestado. Precisamente toda su preocupación es “allanar el camino” para que aquella gente pueda creer en Él. Así presentaban las primeras generaciones cristianas la figura del Bautista. Pero las palabras del Bautista están redactadas de tal forma que, leídas hoy por los que nos decimos cristianos, no dejan de provocar en nosotros preguntes inquietantes. Jesús está en medio de nosotros, pero ¿lo conocemos de veras?, ¿comulgamos con Él?, ¿le seguimos de cerca?

Es cierto que en la Iglesia estamos siempre hablando de Jesús. En teoría nada hay más importante para nosotros. Pero luego se nos ve girar tanto sobre nuestras ideas, proyectos y actividades que, no pocas veces, Jesús queda en un segundo plano. Somos nosotros mismos quienes, sin darnos cuenta, lo ocultamos con nuestro protagonismo. La Iglesia necesita urgentemente testigos de Jesús, creyentes que se parezcan más a Él, cristianos que, con su manera de ser y de vivir, faciliten el camino para creer en Cristo. Necesitamos testigos que hablen de Dios como hablaba Él, que comuniquen su mensaje de compasión como lo hacía Él, que contagien confianza en el Padre como Él. ¿De qué sirven nuestras catequesis y predicaciones si no conducen a conocer, amar y seguir con más fe y más gozo a Jesucristo? ¿En qué quedan nuestras celebraciones de la Eucaristía si no ayudan a comulgar de manera más viva con Jesús, con su proyecto y con su entrega crucificada a todos?

En la Iglesia nadie es «la Luz», pero todos podemos irradiarla con nuestra vida. Nadie es «la Palabra de Dios», pero todos podemos ser una voz que invita y alienta a centrar el cristianismo en Jesucristo. La figura del Bautista, abriéndole camino en medio del pueblo judío, nos anima a despertar hoy en la Iglesia esta vocación tan necesaria de ser precursores. En medio de la oscuridad de nuestros tiempos necesitamos «testigos de la luz», creyentes que despierten el deseo de Jesús y hagan creíble su mensaje; cristianos que, con su experiencia personal, su espíritu y su palabra, faciliten el encuentro con Él, seguidores que lo rescaten del olvido para hacerlo más visible entre nosotros; testigos humildes que, al estilo del Bautista, no se atribuyan ninguna función que centre la atención en su persona robándole protagonismo a Jesús; cristianos sostenidos y animados por Él, que dejan entrever tras sus gestos y sus palabras la presencia inconfundible de Jesús vivo en medio de nosotros.

En realidad, el testigo de Jesús no tiene la palabra; es sólo «una voz» que anima a todos a «allanar» el camino que nos puede llevar a Él. La fe de nuestras comunidades se sostiene también hoy en la experiencia de esos testigos humildes y sencillos que, en medio de tanto desaliento y desconcierto, ponen luz, pues nos ayudan con su vida a sentir la cercanía de Jesús.