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Al celebrar el IV Domingo de Adviento nos vemos ya en las puertas de Navidad. Este año, a causa de la pandemia del Covid-19, la viviremos de manera muy diferente a otros años. De entrada, en la parroquia no podremos celebrar la Misa del Gallo y tendremos que sustituirla por la Misa de la Víspera –que también está prevista en el Misal Romano– más pronto, a las 19:30, para que todo el mundo pueda estar en casa y poder cumplir así con el toque de queda. Tampoco serán posibles las reuniones familiares demasiado numerosas para evitar posibles contagios, tendremos una serie de restricciones a las que no estábamos acostumbrados en estas fechas y eso condicionará nuestras celebraciones navideñas.

No habrá tanto jolgorio ni oiremos el ruido festivo de la calle, pero eso no debe quitarnos la alegría por el nacimiento del Salvador que siempre debemos llevar en nuestro corazón. Aunque estas no sean las circunstancias más favorables que hubiéramos deseado, hemos de darles la vuelta y ver cómo pueden ayudarnos a profundizar en el misterio de la Navidad y contemplarlo con gratitud y amor hacia Dios, que ha querido hacerse hombre por nuestra salvación en la persona de su Hijo.

Una de las cosas que más me llamaba la atención en mi primera época de seminarista, cuando estaba en el Seminario Menor de La Conrería, era la proximidad de la Cartuja de Santa María de Montalegre, en Tiana. Desde mi habitación podía ver un poco a lo lejos los claustros de aquel monasterio y a los monjes ir hacia la iglesia donde celebraban la liturgia y las oraciones comunitarias. Una de las características de la vida monástica cartujana es el silencio que reina en sus casas, a causa de la vida eremítica propia de estos monjes. Se puede decir que desde que entran en la vida religiosa viven en un confinamiento continuado que ellos mismos han elegido voluntariamente para servir a Dios y a la Iglesia en el silencio, la soledad, la oración y el trabajo.

El día de Navidad, los cartujos pasan la jornada en el silencio y la soledad de su celda y dedican el tiempo a la oración y a contemplar en profundidad el misterio de la Encarnación y del Nacimiento del Señor y en lo que este gran acontecimiento ha representado para la salvación de la humanidad. Solamente salen de la celda para asistir en la Iglesia a las horas de los Oficios y de la Misa, que celebran con gran unción. Al día siguiente sí se reúnen para celebrar un encuentro comunitario y festivo, para comer y cenar juntos y agradecer a Dios, mientras la comparten fraternalmente, la alegría de la Navidad.

Nosotros vivimos en el mundo, pero, dadas las circunstancias de este año, ¿no podríamos hacer algo semejante y redescubrir así el sentido de la Navidad yendo más allá del montaje que la sociedad de consumo nos impone con frecuencia? Después podremos compartir e irradiar la alegría que hemos descubierto en nuestros corazones.