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Hemos iniciado el tiempo de Adviento, dos personajes importantes nos salen al encuentro en la liturgia de este segundo
domingo. De un lado Isaías y de otro Juan el Bautista. Cada uno nos ofrece un mensaje diferente pero complementario. En el primero descubrimos una llamada a la esperanza, en el segundo una invitación a la conversión. En un mundo desgarrado por la guerra, el odio y la violencia, hoy más que nunca es necesario volver el corazón a Dios. Un Dios que a pesar de todo sigue creyendo en el ser humano, aunque demos continuamente muestras de olvidarnos de Él. Para los creyentes no puede haber esperanza para la humanidad si no volvemos nuestro corazón a Dios, escuchando la voz de su Hijo hecho carne por nosotros.

En la profecía de Isaías, se nos hace una descripción del Reino que ha de venir, es el ya pero todavía no, por eso se dice “aquel día”, porque la creación entera está anhelando la llegada de este Reino. Y es impresionante cómo este Reino va a subvertirlo todo. El Espíritu del Señor, llenando toda la tierra va a hacer de ella un Reino de paz y justicia. Y para que nos demos cuenta del alcance de esta conversión total, nos presenta la nueva relación entre los animales.

De todos son conocidos los instintos de los animales feroces, el león, el oso, el lobo, la pantera. Y el profeta nos dice de manera muy atrevida que pastarán junto con los animales domésticos, que comerán paja e incluso el niño pequeño meterá la
mano en el agujero de la serpiente.

El profeta nos está hablando de nosotros mismos. ¡Qué abismos de oscuridad y pecado puede haber dentro de cada uno! Sin embargo, cuando se posa sobre nosotros el Espíritu del Señor, Él nos transforma de tal manera que podemos llegar a ser santos, a vivir de manera heroica las virtudes, amando a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. Por eso Adviento es tiempo de esperanza. Estamos llamados a recibir este espíritu de prudencia y sabiduría, de consejo y valentía, de ciencia y temor del Señor; movidos por el Espíritu Santo, no cabe ningún miedo, pues nos hará vivir para Dios en todos los momentos de nuestra vida.