Haz memoria de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de David. (2 Ti 2, 8).

La invitación del apóstol a su discípulo Timoteo nos interpela también a nosotros hoy: hacer memoria, recordar, pensar en Jesús, que ha resucitado, pero que también ha nacido de María, del linaje del rey David. Muchas veces no hacemos el esfuerzo de recordar las cosas que nos han sucedido; a veces se nos olvidan sin más, y otras las consideramos como algo que tenemos que olvidar ya que nos causan extrañeza o vergüenza: por ejemplo nuestros fracasos, o nuestras frases desafortunadas. El papa Francisco nos ha recordado en más de una ocasión que la Misericordia de Dios sólo se puede entender haciendo memoria de todo lo que hemos hecho y de lo que nos ha sucedido, pues sólo así veremos cómo Dios es capaz de perdonarlo todo y de sacar bienes de nuestros males. Hacer memoria de nuestros actos y también de Jesucristo (el amigo que nunca falla) es la clave para entender la misericordia divina.

Es doctrina segura, Cristo permanece siempre fiel, y si perseveramos con él, reinaremos con él. Para experimentar esta seguridad de la que nos habla san Pablo necesitamos poder decir como él:

éste ha sido mi Evangelio, por el que sufro hasta llevar cadenas, como un malhechor; pero la palabra de Dios no está encadenada. (2 Ti 2, 9-10).

Para poder reconocer la seguridad de esta doctrina, necesitamos poder decir que el Evangelio de Cristo es también el nuestro; necesitamos la confianza plena en la amistad con Cristo. Hacer memoria de Jesús, y experimentar en nuestras vidas la fidelidad del Amigo.

Yendo al Evangelio de este domingo vemos como la acción de gracias a Dios es algo muy valioso, y algo que Cristo espera de nosotros. Para san Agustín la lepra es la mezcla desordenada de verdades y errores en el discurso y en corazón del hombre. Qué gran actualidad tiene este mal que describe Agustín: muchos de nuestros errores son medias verdades, o son errores afirmados al mismo tiempo que sus opuestos verdaderos, para así ir con el mundo. ¿Qué podemos hacer? Llamar a Cristo desde lejos, reconociéndole como Maestro de los hombres y acercarnos con humildad y agradecimiento.

No hay nada malo en pedir con insistencia, pero lo que hace que Dios no nos escuche es que se da cuenta que nos falta agradecimiento. Al fin y al cabo es quizás un acto de su clemencia el no dar a los ingratos lo que piden, para que no sean juzgados con más rigor a causa de su ingratitud… Es pues a causa de su misericordia que Dios, a veces, retiene su misericordia… Podéis bien ver cómo todos los que son curados de la lepra del mundo, quiero decir de desórdenes evidentes, no se aprovechan de su curación. En efecto, muchos están secretamente afectados de una úlcera peor que la lepra, tanto más peligrosa porque es más interior. Es por esta razón que el Salvador del mundo pregunta dónde están los otros nueve leprosos, porque los pecadores se alejan de la salvación. Por eso Dios preguntó al primer hombre después de su pecado: «¿Dónde estás?» (Gn 3,9). (San Bernardo).

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