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Una de las páginas más bellas del Evangelio es el encuentro de María con Isabel; en él podemos ver confluir los dos Testamentos: Isabel y Juan en su vientre clausuran el Antiguo, María y Jesús en sus entrañas inauguran el Nuevo. En cierta ocasión, Jesús dijo de Juan:

«Entre todos los nacidos de mujer no hay nadie mayor que Juan Bautista, pero el más pequeño en el Reino de los cielos es mayor que él»

Juan Bautista fue el mayor de los profetas, ya que fue elegido por Dios como precursor de su Hijo; sin embargo, el Hijo de Dios, el Señor, ha querido hacerse el menor y el servidor de todos, asumiendo nuestra humanidad y naciendo en la pobreza.

Isabel reconoce que el Mesías ya ha llegado y que Jesús, que María lleva en sus entrañas, es el Señor al felicitar a su prima y decirle:

«¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?»

María es bendita precisamente porque es bendito el fruto de su vientre. ¡Cuántas cosas hermosas podríamos decir de la bienaventurada Virgen María! Muchos autores e insignes predicadores han dicho más y mejor de lo que nosotros podríamos añadir para alabar a Nuestra Señora; pero las palabras de Isabel son especialmente impresionantes y profundas porque fueron pronunciadas bajo la inspiración del Espíritu Santo. Él, que creó la humanidad de Jesucristo en el seno de María, pone en el corazón y en los labios de Isabel las palabras de alabanza que expresan tan gran misterio: Dios se ha hecho hombre y, por su encarnación, la humanidad ha recibido la mayor bendición divina que podía recibir. Si hacemos nuestras estas palabras de Isabel, también nosotros participaremos de la misma inspiración y, felicitando a la Virgen María, recibiremos a Cristo en nuestra vida, acogiendo en nosotros la misericordia del Padre.

La bienaventurada Madre de Dios es una mujer feliz en su fe y, precisamente, por su fe:

«¡Dichosa tú, que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá»

Cuando en nuestra vida vengan momentos en que lo veamos todo negro y parezca que la luz se desvanece, cuando las dudas nos asalten y no nos dejen tranquilos, cuando veamos que la incredulidad provocadora de los que no tienen fe ni esperan nada busca sacudirnos, entonces debemos recordar y asumir estas palabras de Isabel a María. ¿Nos fiamos verdaderamente de Dios? Sólo Él puede hacernos felices, sólo Él puede darnos la vida plena y verdadera, porque solamente Él es, y su existencia se identifica con la verdad. No dudemos nunca de la fe que hemos recibido e intentamos vivir, porque creer y confiar en Dios nos hará felices. Y sabemos que lo que creemos no es una mera ilusión, ya que por el hecho de apoyarnos en Dios, que es la Verdad, lo que Él nos ha dicho se cumplirá. Y ya ha empezado a cumplirse entre nosotros mientras esperamos la llegada definitiva del Señor. En todo momento nos visita la luz que procede de Cristo y el bien triunfa sobre el mal. En la esperanza de Adviento pongamos nuestros ojos en María, que vivió con intensidad y alegría la venida de su Hijo. Imitemos su ejemplo.