La vida cristiana hay que vivirla en comunión y fraternidad. Pero como somos personas falibles, en la comunidad cristiana surgirán desviaciones y pecados. El pecado es todo lo que representa la negación del espíritu evangélico, como por ejemplo la injusticia en cualquiera de sus modalidades, la opresión de los pobres, la indiferencia antes los necesitados, la falta de respeto por la creación o por la dignidad del cuerpo humano.
Hoy Jesús recomienda que el cristiano consciente avise a su hermano pecador. Dice:
«Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos»
Y recomienda que, si no hace caso, se le amoneste en pequeño grupo y, si continúa igual, sea advertido por la comunidad. En caso dejarse convencer ni quererse enmendar, dice que se le excluya de la comunidad; pero, como sabemos muy bien acerca de los sentimientos de Jesús hacia los paganos y publicanos, con estas palabras nos indica también que debemos dejar una puerta abierta al regreso del hermano extraviado y a su reconciliación. A la vista de Jesús, interesa que la comunidad sea realmente cristiana, y que sus miembros den, de veras, en la vida, en la conducta y en todas sus actuaciones, la imagen del Evangelio.
Lamentablemente hoy estamos muy lejos de ello. Empezamos por tener muy poca conciencia de comunidad y de fraternidad. Tampoco tenemos muy clara la idea de pecado. Durante mucho tiempo hemos ignorado la pecaminosidad de las injusticias políticas, sociales y económicas. No hemos visto pecado en llevar una vida de lujo y despilfarro de la riqueza, mientras millones de personas mueren de hambre. Nos parecen normales pensamientos, actitudes y maneras de actuar en el ámbito moral que en otros tiempos habrían causado un grave escándalo. No nos damos cuenta de cómo éstas y otras cosas son contrarias al Evangelio. Seguramente, la pandemia que ha sacudido el mundo con tanta crudeza en este 2020, que quedará enmarcado en la historia y en la memoria colectiva de la humanidad, nos ha abierto los ojos y nos ha mostrado hechos y ámbitos de nuestra vida que antes nos pasaban por alto. Este flagelo ha sido como un medio del que Dios se ha servido para sacudir nuestras conciencias. Será necesario, pues, que nos humillemos, confiados en la benignidad de Dios y que le pidamos que nos dé conciencia de nuestras responsabilidades.