La reciente celebración de la solemnidad de Todos los Santos y de la conmemoración de todos los fieles difuntos, nos invita a considerar las tres facetas de la Iglesia como comunión de amor y vida en Cristo.

Nosotros somos la Iglesia que aún camina en este mundo, la Iglesia militante, que trabaja para dar a conocer el Evangelio y manifestar el Reino de Dios en el mundo. ésta es la primera faceta, la que nos resulta más evidente. Somos la Iglesia que vive en el tiempo y hace presente a Jesucristo a nuestros congéneres. Ahora bien, por la fe en la comunión de los santos, nos sabemos unidos a tantos hermanos y hermanas que ya han llegado al final de su camino en este mundo.

Nos sabemos unidos a aquellos hermanos que gozan ya para siempre de la vida eterna con toda su plenitud en la gloria celestial, a aquellos que ya disfrutan de la visión de Dios y que constituyen la Iglesia gloriosa o triunfante. Ellos han llegado ya a la meta a la que esperamos llegar nosotros un día, y eso es lo que celebramos en la festividad de Todos los santos. ésta es la segunda faceta.

Al mismo tiempo, nos sabemos unidos también a los hermanos que son purificados como preparación a la plena visión de Dios. Y ésta es la tercera faceta, la de la Iglesia purgante: es lo que conmemoramos en la celebración de todos los fieles difuntos. La alegría que deseamos compartir con los santos que ya gozan de la gloria nos hace ser solícitos con nuestros hermanos difuntos que, sin estar alejados de Dios, experimentan una cierta distancia a causa de los pecados veniales con los que murieron o de las consecuencias de los pecados mortales ya perdonados, pero que han dejado restos que es necesario que sean limpiados por la misma misericordia de Dios. Oramos por ellos y ofrecemos nuestros sufragios, recordándolos en el sacrificio de la Misa y en nuestras oraciones. Nuestra solicitud es un signo de comunión con ellos y un modo de participar en el amor de Dios que traspasa los límites que la muerte quiere imponernos. Ojalá los tengamos siempre muy presentes en nuestras plegarias, porque un día ellos también presentarán en nuestro favor sus oraciones ante Dios nuestro Padre y ante Jesucristo, el juez de vivos y muertos.

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