Al celebrar la solemnidad de Cristo Rey podemos meditar sobre un texto del libro de la Sabiduría que presenta el contraste entre la soberanía de Dios y el poder que a menudo el hombre ambiciona. Es una llamada a todos aquellos que tienen autoridad para que actúen responsablemente, según la Voluntad de Dios:

«Escuchad, reyes, y entended; aprended, gobernantes de los confines de la tierra. El poder os viene del Altísimo. Él examinará vuestras acciones y sondeará vuestras intenciones. Porque, siendo ministros de su reino, no gobernasteis rectamente, ni guardasteis la ley, ni actuasteis según la voluntad de Dios. Terrible y repentino caerá sobre vosotros, porque un juicio implacable espera a los grandes. El Dios de todo no teme a nadie, ni lo intimida la grandeza, pues él hizo al pequeño y al grande y de todos cuida por igual, pero a los poderosos les espera un control riguroso. A vosotros, soberanos, dirijo mis palabras, para que aprendáis sabiduría y no pequéis» (Sb 6,1.3-5.7-9).

¿Qué pensar de quienes nos gobiernan a la luz de la Palabra de Dios? ¿Qué dirían ellos? Lo primero que me viene a la mente es que nuestros gobernantes no están por encima del bien y el mal y que ellos tendrán que presentarse también ante Dios el día del Juicio y tendrán que dar cuentas de su vida y su gestión.

En un mundo en el que con frecuencia los gobernantes quieren marginar a Dios de la vida pública y elaboran y aprueban leyes arbitrarias, elaboradas más para satisfacer un espíritu individualista y caprichos egoístas que para regular y hacer posible el bien común, no está de más leer y recordar estas palabras, convertirnos y orar por la conversión de quienes tienen la grave responsabilidad de organizar y dirigir la vida pública con un gobierno que sea prudente y sabio. Los poderosos de la tierra pueden actuar de manera prepotente y usar métodos dictatoriales, pueden querer someter y negar el derecho a la objeción de conciencia, pero deben recordar que «El Dios de todo no teme a nadie, ni lo intimida la grandeza, pues él hizo al pequeño y al grande».

Ha habido personas verdaderamente cristianas que han hallado el camino de la santidad en la política y en la gestión de la sociedad: san Vladimiro, san Esteban de Hungría, san Fernando, santo Tomás Moro, y en fechas más recientes, Konrad Adenauer o Alcide de Gasperi. ¿Dónde están ahora sus sucesores?

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