«Si miramos a nuestro alrededor, nos damos cuenta de que existen muchas ofertas de alimento que no vienen del Señor y que aparentemente satisfacen más. Algunos se nutren con el dinero, otros con el éxito y la vanidad, otros con el poder y el orgullo. Pero el alimento que nos nutre verdaderamente y que nos sacia es sólo el que nos da el Señor. El alimento que nos ofrece el Señor es distinto de los demás, y tal vez no nos parece tan gustoso como ciertas comidas que nos ofrece el mundo. Entonces soñamos con otras comidas, como los judíos en el desierto, que añoraban la carne y las cebollas que comían en Egipto, pero olvidaban que esos alimentos los comían en la mesa de la esclavitud. Ellos, en esos momentos de tentación, tenían memoria, pero una memoria enferma, una memoria selectiva. Una memoria esclava, no libre.

Cada uno de nosotros, hoy, puede preguntarse: ¿y yo? ¿Dónde quiero comer? ¿En qué mesa quiero alimentarme? ¿En la mesa del Señor? ¿O sueño con comer manjares gustosos, pero en la esclavitud? Además, cada uno de nosotros puede preguntarse: ¿cuál es mi memoria? ¿La del Señor que me salva, o la del ajo y las cebollas de la esclavitud? ¿Con qué memoria sacio mi alma? El Padre nos dice: «Te he alimentado con el maná que tú no conocías». Recuperemos la memoria. Esta es la tarea, recuperar la memoria. Y aprendamos a reconocer el pan falso que engaña y corrompe, porque es fruto del egoísmo, de la autosuficiencia y del pecado. Dentro de poco, en la procesión, seguiremos a Jesús realmente presente en la Eucaristía. La Hostia es nuestro maná, mediante la cual el Señor se nos da a sí mismo. A él nos dirigimos con confianza: Jesús, defiéndenos de las tentaciones del alimento mundano que nos hace esclavos, alimento envenenado; purifica nuestra memoria, a fin de que no permanezca prisionera en la selectividad egoísta y mundana, sino que sea memoria viva de tu presencia a lo largo de la historia de tu pueblo, memoria que se hace «memorial» de tu gesto de amor redentor.» (Papa Francisco, Corpus 2014).

Hoy, en la fiesta del Corpus, como nos propone la primera lectura tenemos que hacer un ejercicio de humildad, examinando como sería nuestra vida sin la infinidad de cosas que nos rodean y que a veces nos mantienen muy apurados, aparentando ser importantes. Si estuviéramos en el desierto, o en la cárcel como muchos hermanos cristianos perseguidos, podríamos descubrir mejor qué es lo verdaderamente imprescindible en nuestra vida. Podremos ver qué cosas realmente explicarán nuestras acciones y opciones, y qué otras cosas son meras huidas hacia adelante. Dios, sólo Dios. Que nuestra memoria repose en Dios, nuestro salvador, que nuestros argumentos descansen en las palabras de Dios, y que podamos encontrar todo esto en la simple y sencilla celebración de la Santa Misa, el pan de vida. Hagamos la prueba sin miedo, quedando expuestos ante Dios, humillados, pero saciados por la Palabra y por el Cuerpo vivo de esta Palabra, Cristo.

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