La semana pasada nos causó estupefacción y horror la espantosa noticia de un adolescente de 15 años que había matado a sus padres y a su hermano en una pedanía de Elche (Alicante) en respuesta al castigo que le impusieron de privarlo unos días de wifi por su bajo rendimiento escolar. El chico se había aficionado al juego Fortnite, que ofrece diversos argumentos y en el que es posible crear mundos paralelos. Fácilmente, el juego contribuyó a que confundiera la ficción, en la que vas matando a muchos personajes a la manera de una guerra, con la realidad, terminando por destruir a su propia familia. Podemos plantearnos muy seriamente: en nuestro mundo tan tecnológico, ¿cuál es el alimento del espíritu y qué es lo que configura nuestro pensamiento? La Palabra de Dios no parece ser. Lo cierto es que al joven se le antojó intolerable verse privado de su mundo virtual por unos días.
Ignoro la relación que podía haber entre este muchacho y su familia con la fe cristiana. Desconozco si eran creyentes o no, y si lo eran, si eran practicantes o no, y si daban importancia o no a la catequesis en la formación de sus hijos. ¿Y por qué hablo de esto? Sencillamente porque creo que en la transmisión de la fe y de las enseñanzas de Jesucristo nos va la vida. Hemos vivido durante años en una larga época en la que los valores de la fe y de la religión, especialmente del cristianismo, que ha configurado nuestra historia, nuestra cultura y nuestra forma de ser, han sido despreciados y objeto de ironía y burla. Pero socavar los cimientos pasa factura y nos cobra un precio muy elevado que provoca que el edificio de nuestra sociedad y de la familia se tambalee y se venga abajo y nuestra vida se convierta así en una ruina. En la catequesis enseñamos que el cuarto mandamiento de la Ley de Dios nos prescribe honrar a nuestro padre y a nuestra madre, obedecerlos, amarlos y atenderlos cuando lo necesiten. ¿Sabía esto nuestro adolescente o no se lo habían enseñado nunca? Y si lo sabía, ¿le sonaba tan solo a música celestial? En la catequesis enseñamos que debemos amar a Dios sobre todas las cosas, pero él amaba más a sus videojuegos, y así le ha ido: ha sacrificado a sus padres y a su hermano en el altar de los dioses de su trágica fantasía.
La doctrina de Jesucristo nos enseña a superar la ley del talión con la ley del amor; pero ¡ojalá este muchacho hubiera permanecido al menos en la ley del talión!, porque el «ojo por ojo, diente por diente» de los antiguos limitaba la venganza a una justa proporción: solamente puedes hacer lo que te han hecho a ti, si no cometerías una injusticia. Nadie negará la desproporción entre quedarse sin wifi unos días y quitar la vida a padres y hermano. Este joven ha sobrepasado muy de largo la distancia que hay entre Elche y Rubí. ¿Nos preguntaremos aún de qué sirve creer en Dios, ir a Misa, orar o ir a catequesis? A mí me parece que la respuesta está muy clara: entre otras cosas, nos ayuda a ser verdaderamente humanos.