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Después de escuchar el pasado domingo la llamada de Jesús acerca del amor a todos, incluso a los enemigos, y a punto de celebrar el Miércoles de Ceniza e iniciar la Cuaresma, la Liturgia de la Palabra nos invita hoy a preguntarnos si los frutos que estamos dando en nuestra vida son los que espera Dios de nosotros, y a tomarnos en serio el camino de conversión y de preparación a la Pascua que comenzaremos con la imposición de la ceniza. Después de las exigencias del amor a los enemigos, hoy Jesús nos invita a revisarnos a nosotros mismos. Es fácil pensar que los demás son los que no hacen bien las cosas. ¡Cuántas veces leemos en la Escritura algún texto, o escuchamos la homilía de un sacerdote, y pensamos: «qué bien le vendría a fulanito escuchar esto…»!

Hemos de abrir bien los ojos, pero no para fijarnos en las faltas y defectos de los demás, sino para ver primero los nuestros, para sacarnos las “vigas” de nuestros ojos, y entonces, cuando veamos con claridad, poder guiar a otros, poderles ayudar a quitarse la mota de polvo que tienen en su ojo. ¡Qué fácil es exigir a los demás, cuando nosotros no hacemos muchas veces ni la mitad de lo que reclamamos a otros! Jesús nos invita a preguntarnos qué tenemos en nuestro interior, pues «de lo que rebosa el corazón habla la boca». Si queremos un criterio que nos ayude a conocer qué tenemos en nuestro corazón, fijémonos en las cosas que decimos. Así es como sabremos si nuestro corazón está lleno de amor y de compasión hacia los demás o más bien está lleno de juicios; o si en verdad está lleno de Dios o más bien está lleno de las cosas del mundo.

Jesús nos recuerda que cada árbol da el fruto que le corresponde, y que de un árbol bueno se espera que dé fruto bueno, mientras que un árbol malo dará un mal fruto. Del mismo modo, de un hombre que tiene un buen corazón, lleno del amor de Dios, saldrán frutos de bondad, de amor y de misericordia hacia los demás, mientras que un corazón lleno de maldad, de rencor y de juicios hacia los demás sólo podrá dar frutos de odio, división y maldad. Por ello, hoy es un buen día, cerca ya de la Cuaresma, para que nos preguntemos: ¿cuáles son los frutos que estoy dando? Ahora bien, no hemos de olvidar que quien llena nuestro corazón de bondad y amor es Dios. Él es quien nos da la salvación y es capaz de convertir nuestro corazón de piedra en un corazón de carne.

El tiempo de Cuaresma, a punto de empezar, es tiempo propicio de conversión para acercarnos de nuevo a Dios y dejar que Él nos transforme, que nos ayude a quitar las “vigas” que tenemos en nuestros ojos, que llene nuestro corazón de amor y de misericordia, pues Él ha muerto por nosotros en la cruz para darnos la salvación.

Feliz inicio de Cuaresma a todos.

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