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La cuaresma remarca la importancia de la conversión y del retorno a Dios, que implican el reconocimiento del pecado y la apertura a la misericordia divina para dejar transformar nuestra vida. Sin pecado, la redención obrada por Jesucristo pierde todo su sentido y la figura del Salvador se reduce a la de un simple predicador o maestro.

Sin embargo, hoy día muchos tratan de evitar la culpa y el perdón sacramental diluyendo el pecado y la culpa en conceptos como el pecado estructural o social, y alejándose de la responsabilidad personal. La moral, basada en costumbres comunitarias, siempre ha distinguido entre virtud y pecado, con el elogio para la virtud y la condena para el pecado. No hay religión ni código de conducta que niegue el concepto de pecado. Cualquier movimiento que debilite la vida religiosa empieza con la atenuación y sigue después con la negación del pecado, seguido por la condena de la moralidad y por la idea de la bondad intrínseca del ser humano, negando la realidad del pecado original, que corrompe la naturaleza humana, y de los pecados personales que deforman y contaminan a todo individuo, de modo que, al final, como dice el adagio popular: «Todo el mundo es bueno». Reconocer el pecado original y después los pecados personales es un paso necesario y esencial para comprender el valor de la redención de Cristo.

En las épocas de declive religioso, suele abandonarse primero el sacramento de la Penitencia, seguido de la Eucaristía, para dejar la religiosidad personal con la idea difusa y errónea de que lo importante es ser “buena persona” y que en eso consiste el cristianismo, lo cual constituye una forma de autoengaño, porque, en un mundo marcado por el individualismo, en el que cada uno tiene su propio criterio, ¿en qué consiste ser “buena persona”? Si lo que me salva es ser “buena persona”, entonces ¿por qué y para qué ha venido Jesucristo? Es necesaria, pues, la conversión de una visión distorsionada de la fe cristiana hacia una comprensión más auténtica que nos lleve hacia Dios, el verdadero Dios, no una imagen distorsionada de Él que con frecuencia nos fabricamos.