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Con el Día de Germanor, la comunidad cristiana quiere hacernos conscientes de nuestra responsabilidad respecto a la participación en la economía de la Iglesia. Y lo que decimos de la Iglesia diocesana, lo podemos aplicar también a nuestra parroquia. El quinto precepto de la Iglesia dice así: «Ayudar a la Iglesia en sus necesidades».

El evangelio de san Lucas nos dice: «Jesús anduvo por muchos pueblos y aldeas proclamando y anunciando el reino de Dios. Le acompañaban los doce apóstoles y algunas mujeres que él había librado de espíritus malignos y enfermedades. Entre ellas estaba María, la llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; también Juana, esposa de Cuza, el administrador de Herodes; y Susana, y otras muchas que los ayudaban con lo que tenían» (Lc 8,1-3). La actividad de Jesús en el anuncio del Reino de Dios necesitaba de un sostén económico, y hoy sucede igual. Quienes nos llamamos cristianos tenemos que cumplir nuestro deber y debemos ser conscientes de que la comunidad cristiana necesita nuestro apoyo económico. Es verdad que vivimos en tiempos de crisis y deseamos que ésta llegue pronto a su fin, pero hace un tiempo que viví en el pueblo de mi padre una experiencia que me dejó helado: Allí tenemos unos amigos que regentan un estanco, y además instalaron máquinas expendedoras de tabaco en los bares de la población; pues bien, cada semana recogían más dinero del que recogería la parroquia del pueblo en dos meses; solamente en monedas de euro vi cómo completaban unas diez bolsas de mil euros cada una. ¿Eso qué significa? Vosotros mismos podéis sacar la conclusión: para la parroquia había crisis, pero para el tabaco no. ¿No es una lástima quemar tanto dinero en tabaco y ser tacaños para colaborar en la construcción del Reino de Dios? Si eso no nos importa, ¿qué mundo estaremos dejando a nuestros hijos y cómo los estamos educando? Tendríamos que pensar lo que nos dice el profeta Malaquías, ya que tenemos que demostrar nuestra fe con las obras: «¿Acaso un hombre puede defraudar a Dios? ¡Pues vosotros me habéis defraudado! Y todavía preguntáis: ‘¿En qué te hemos defraudado?’ ¡En los diezmos y en las ofrendas me habéis defraudado!  Sí, toda la nación, todos vosotros, me estáis defraudando, y por eso voy a maldeciros. Yo, el Señor todopoderoso, os digo: Traed vuestro diezmo al tesoro del templo y así habrá alimentos en mi casa. Ponedme en eso a prueba, a ver si no os abro las ventanas del cielo para vaciar sobre vosotros la más rica bendición» (Ml 3,8-10). ¿No es un mensaje que nos lleva a pensar por qué estamos viviendo en crisis? Posiblemente porque hemos desplazado a Dios del centro de nuestra vida y nos hemos dedicado a adorar el bienestar, las riquezas, el prestigio, el placer, etc. y los hemos entronizado como dioses. El Señor multiplicará lo que le demos, pero si sólo le damos calderilla, eso es lo que tendremos: calderilla y nada más.

En España no nos han educado mucho a los católicos en la colaboración económica con la Iglesia, cosa que no sucede en otros países, donde los creyentes saben que tienen que contribuir a sostener su comunidad. Es preciso pasar de la limosna intrascendente a la cotización responsable; no se trata de grandes cantidades, pero sí de una aportación fija y constante, porque «lo poco de muchos es lo mucho de todos». Dice el libro del Eclesiástico: «Da al Altísimo como él te ha dado a ti, con generosidad, de acuerdo con tus posibilidades, porque Dios sabe premiar y te pagará siete veces más» (Eclo 35,9-10).