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En la tradición de los pueblos de Oriente Medio el mar ha sido siempre el lugar de las fuerzas caóticas del mal, opuestas a Dios. Jesús deja la orilla de para pasar a la otra orilla, a la costa occidental del lago de Galilea. En medio de la travesía del mar se levanta un fuerte temporal, como si las fuerzas del mal quisieran obstaculizar la difusión del Evangelio del Reino de Dios. Cristo pide fe en su divinidad y confianza. ¿Qué hacemos ante los sufrimientos, los peligros, los inconvenientes, las tempestades que se nos presentan en nuestra vida personal, familiar o social? ¿Confiamos realmente en el poder de Dios?

Cuando estamos navegando bien, aparentemente sin problemas, sin tempestades, tal vez ni nos acordamos de Dios. Pero cuando la travesía se hace difícil y vienen las olas turbulentas, pensamos que Jesús está dormido y que no le importa la situación por la que estamos pasando. Nosotros, al igual que la Iglesia, no nos escaparemos de las diversas tormentas que Dios quiere o permite en nuestra vida. Han pasado más de 2000 años desde que Jesucristo fundó la Iglesia. Han pasado más de 2000 años de cristianismo y parece que todo se viene abajo; parece que las nuevas doctrinas religiosas están tomando el puesto de la Iglesia, pero no es así.

La Iglesia parece naufragar en la tempestad del mundo y en los problemas que se le presentan; pero cada vez que los hombres dudamos se alza una voz que parece despertar de un largo sueño: «¡No temáis, tened fe!» Y el mar vuelve a la calma; la barca de Pedro sigue su rumbo a través de los años, los siglos y los milenios. Cristo no está lejos de nosotros; duerme junto al para que, cuando nuestra fe desfallezca, cuando estemos tristes y desamparados, tomar Él el timón de nuestra vida. Además, en el mar de nuestra vida brilla una estrella, relampaguea en el cielo de nuestra alma la estrella de María, para que no perdamos el rumbo. ¡Cuántas situaciones de angustia, de peligro vivimos!

Sea en la tormenta, sea en la calma, Dios está presente. Y Él desea que nos demos cuenta de que está allí, presente en la vida de cada uno de nosotros, esperando que nos demos cuenta de su presencia silenciosa. En todo momento, de tempestad o de calma, el Señor está derramando sus gracias para guiarnos por esta vida que es la travesía que nos lleva a la otra: la Vida Eterna.

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