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Cuando nos preparamos en estas fechas a la celebración del nacimiento del Señor, escribimos mucho sobre la fiesta de Navidad, pero se arrincona en la penumbra otra no menos importante, la Epifanía. Es verdad que a veces en nuestras felicitaciones aparecen las figuras de los tres Reyes de Oriente y que también solemos ponerlos en el Belén, y así tenemos presente que el ciclo de Navidad contiene estas dos grandes festividades, pero con frecuencia los magos se quedan en imágenes anecdóticas, sin la relevancia que merecen.

A grandes rasgos, ya que hacen una biografía, los evangelistas Mateo y Lucas nos hablan del nacimiento y la infancia de Jesús, pero apuntan hechos significativos que nos llevan a pensar. Ambos nos hablan de la encarnación del Verbo de Dios en el seno de la Virgen María; Mateo acentúa la revelación a José y Lucas enfatiza la anuncia-ción a María. Lucas nos presenta a Jesús como la esperanza de los pobres y desheredados, y por eso nos habla del anuncio a los pastores y de su visita y adoración al Niño de Belén, mientras que Mateo remarca la manifestación de Jesús a todos los pueblos, y por eso no habla de la adoración de los magos. Los pastores adoran a Jesús el mismo día de su nacimiento, mientras que los magos lo hacen un tiempo después a causa del viaje que emprendieron desde tierras lejanas para seguir la estrella, pero ambas escenas están vinculadas al nacimiento de Cristo; por eso, pedagógicamente celebramos las dos fiestas en días diversos.

La Iglesia occidental ha puesto más de relieve el nacimiento, y por eso damos más importancia a la Navidad; la Iglesia de Oriente ha dado más énfasis a la manifestación de Jesús a las naciones de todo el mundo, y por eso celebra con mayor significación la Epifanía. Ambas dan mucha importancia a la misión de Jesús y a su manifestación a Israel y a toda la humanidad, y por eso prolongamos la Epifanía al domingo siguiente, la fiesta del Bautismo de Jesús.

La manifestación de Jesús a los pastores y a los magos nos indica que Jesús ha venido a salvar a todos: los pastores representan a los pobres, los que son humildes porque también han sido humillados, la gente marginada que no cuenta para nada; los magos, en cambio, representan a los sabios y ricos que han reconocido la sabiduría superior de Dios y que, sin despreciar la sabiduría humana, ha reconocido que ésta es un don divino que hay que poner al servicio del prójimo; son el prototipo de las personas que se han convertido, se han hecho humildes y han sabido desprenderse de sus riquezas para iniciar el viaje de la fe que caracterizará toda su visa. Si los pastores eran marginados en Israel por su condición de personas rústicas e ignorantes de la Ley, los magos también eran personas discriminadas por las autoridades de Israel a causa de su condición de extranjeros. Navidad y Epifanía son, por ello, dos fiestas que nos hablan de inclusión y universalidad y nos muestran cómo Dios quiere ser Padre de todos al enviarnos a su Hijo hecho hombre.