Leía una vez en un autor espiritual contemporáneo que la Cuaresma es como un periodo de Ejercicios espirituales para toda la comunidad cristiana. Creo que es una afirmación acertada, ya que el tiempo cuaresmal nos invita a la reflexión. Durante la Cuaresma debemos recordar la promesa hecha por Dios. Así como Jesús y los apóstoles hacen un alto en el camino y viven la experiencia de la Transfiguración, también nosotros debemos pararnos unos momentos en medio de nuestra vida tan agitada para darnos cuenta de dónde venimos y cuál es el horizonte hacia el que vamos.
A veces los árboles no nos dejan ver el bosque y ni siquiera el camino. Así le pasaba a Abram. Apoyado en la promesa de Dios, había salido de Ur de Caldea; pero pasaba el tiempo y la promesa no se cumplía. En aquella circunstancia, necesitaba que Dios confirmara su promesa y le diera garantías de que iba a realizarse. Algo parecido experimentamos también nosotros: de vez en cuando necesitamos confirmar que lo que hacemos tiene sentido, que no estamos trabajando en vano ni sembrando en el aire. La pregunta de Abram, «Señor Dios, ¿cómo sabré que voy a poseer esta tierra?», es similar a la que a veces nos planteamos nosotros: «¿Merece la pena ser cristiano y vivir según el Evangelio?» La confirmación a esta pregunta se hace realidad en el encuentro personal con Dios, en el silencio y en la oración.
La Transfiguración tiene lugar en el camino que conduce a Jerusalén. Jesús sabía lo que iba a suceder, los apóstoles quizás lo entreveían, pero no se atrevían a preguntar. Había pasado el tiempo de las multitudes, la oposición de los fariseos y de las autoridades iba en aumento. Ante estos hechos que podían plantear la pregunta: «Será de veras Jesús el Mesías?», el Maestro y los discípulos se detienen y suben a un monte para hacer un retiro y orar. En este momento de silencio tiene lugar la confirmación del designio de Dios: «Éste es mi Hijo, el escogido; escuchadlo». Este domingo ha de ser para nosotros un día en el que veamos confirmada nuestra fe. No sólo merece la pena seguir a Jesús, sino que ésta es nuestra mayor alegría. Es un inmenso gozo ser cristianos porque, como dice san Pablo, somos ciudadanos del cielo y hemos sido configurados al cuerpo glorioso de Jesucristo. Ésta es la promesa, todavía no se ha realizado plenamente, pero ya se va cumpliendo, poco a poco, a lo largo de nuestra vida. El resplandor de la Transfiguración es una anticipación, una garantía, ya que nosotros también somos hijos amados de Dios.