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Nuestro Señor nos dice que la verdad nos hará libres, y que la mentira nos hará esclavos. Nuestro siglo está desgraciadamente demasiado lleno de datos que nos llenan de estupor y de horror. Pensemos en los suicidios, en el fracaso escolar, en la corrupción de menores, en los antidepresivos, en la ludopatía, o en cómo está creciendo de nuevo la economía, basada en más deuda (se imprime más dinero, estamos inundados de dinero falso). Y sólo como muestra final de la sala de los horrores la nueva tiranía de los jubilados que no han querido tener hijos y que ahora piden más. Son sólo algunos titulares, pero nos hacen poner el foco en la esclavitud que sufre el hombre de hoy. Es una esclavitud que nos imponemos unos a otros, y que es fruto de la propia frustración ante la verdad, el hombre es un alma en pena, roto por dentro. Todos somos esclavos y esclavistas, pues la mentira nos sacude interiormente y mueve nuestros hilos, estamos rodeados.

El profeta Isaías dice que no habrá paz para los malvados, que son aquellos que muestran la mentira como verdad, aquellos que nos recuerdan siempre que nuestra felicidad está en la desconexión mental y en la propia mutilación, y que para colmo es gratis; no los podemos dejar en paz sin más. Estas mentiras modernas, fruto del rechazo a la verdad de las cosas, nos están ahora ahogando en una nueva lucha social inexistente e innecesaria entre hombres y mujeres: más esclavitud.

Qué todos los católicos sepan que si no buscamos la verdad de las cosas, la humanidad nunca será libre, y cargaremos para siempre con el yugo de nuestras maldades. La ideología de género es una gran mentira, y sólo mirando a Cristo clavado en la cruz (como la serpiente del Edén) podremos descubrir la verdad de nuestras acciones humanas.

La novedad que nos ofrece Cristo es esa: mírale a los ojos a la mentira y a la esclavitud, descubre el velo de la apariencia engañosa, inyecta el antídoto de la luz sobre las sombras, mira los informativos con el prisma de la razón y de la fe, hasta llegar al nivel de los átomos. Cristo se ha rebajado al nivel del hombre más esclavizado, como la serpiente, esclava de su orgullo, y nos pide que le miremos sin miedo para ser libres. Después de hacer todo esto, ¿qué quedará de auténtico en el mundo? ¿Cuándo vuelva el Hijo del hombre, encontrará fe en la Tierra?

No es la mujer contra el hombre, ni viceversa, lo que puede aportar claridad en la comprensión armoniosa de la pareja humana; no es la revancha feminista lo que supera los innegables abusos machistas. Julián Marías abogaba por mantener la desigualdad entre el varón y la mujer: no ontológica y discriminatoria, sino una desigualdad complementaria en su reciprocidad armoniosa. Esta es la perspectiva antropológica de Juan Pablo II, al exponer la “unidad de los dos” como imagen de Dios. (…) Es demasiado seria la batalla por la verdadera igualdad para andarnos en demagogias mediocres o bailando los sones de los grupos que jalean sus consignas.

Es demasiado real el dolor de tantas mujeres como para que se las utilice para causas que no traen libertad e igualdad, sino nuevas imposturas dictatoriales contra la vida y la familia. Hay una igualdad respetable en la reciprocidad entre varón y mujer, que supera la violencia de las prepotencias machistas y feministas, y que secunda sin trampa populista la verdad de la persona humana en su complementariedad. (D. Jesús Sanz, arzobispo de Oviedo).