El Espíritu de Dios vive en nosotros y en nuestra comunidad. Vive en nosotros porque Jesucristo nos lo ha enviado. El Hijo de Dios se hizo hombre para que nosotros llegáramos a ser hijos de Dios, y esta transformación esencial de nuestra existencia se convierte en realidad gracias a la donación del Espíritu Santo, que lleva a su plenitud la obra de Cristo. En la celebración de la Eucaristía, el Espíritu Santo actúa a través de la Palabra inspirada que proclamamos y, por su acción, el mismo Cristo se hace presente con su cuerpo y su sangre en el pan y el vino que llevamos al altar. Después, el Espíritu nos impulsa a la misión para proclamar la obra de Dios en el mundo. No se puede concebir la vida cristiana sin la presencia y la acción del Espíritu Santo; aunque muchos lo ignoren, él está en todas partes. Los peces no ven el agua, sin embargo esta los envuelve y hace posible su vida.
Jesucristo nos ha enviado como Defensor y Maestro interior al Espíritu Santo; él nos guía hacia la verdad completa; ¡ojalá, ahora y siempre escuchemos su voz y no endurezcamos nuestros corazones! Acojamos este don tan grande que nos hace el Señor, ya que él quiere vivir para siempre entre nosotros, en nuestro corazón, en la intimidad de una comunión profunda y verdadera; dejémonos guiar y transformar por él, escuchando atentamente lo que nos dice y sugiere. Al tener un pensamiento que creemos inspirado, ¿cómo sabremos que viene realmente de el Espíritu Santo? Contrastemos entonces ese pensamiento con la Palabra de Dios, la Palabra que él inspiró a los profetas y evangelistas y que se nos ha comunicado plenamente en Jesucristo, y veamos si está en consonancia con lo que la Palabra nos enseña; éste será un criterio seguro, ya que el Espíritu Santo nos hace recordar y profundizar en las enseñanzas de Jesucristo.
Iluminados por el Espíritu Santo, llenos de él e impulsados por la fuerza de su amor, nos convertiremos en testigos del Evangelio, tal como sucedió con los apóstoles y los primeros discípulos: ¡Qué gran contraste entre la miedo y la angustia que experimentaron en la Pasión de Jesús y la fortaleza y el entusiasmo que tuvieron a partir del día de Pentecostés! ¿Cómo se puede explicar este cambio? Sucedió porque habían recibido el don y la fuerza del Espíritu, y a partir de ese momento descubrieron que toda su vida estaba en las manos de Dios y que era Jesucristo quien lo s sostenía.