La liturgia hoy nos invita a adorar a la Santísima Trinidad, nuestro Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Un solo Dios en tres personas, en cuyo nombre hemos sido bautizados. Por la gracia del Bautismo somos llamados a tener paz en la vida de la Santísima Trinidad aquí abajo, en la oscuridad de la fe y, después de la muerte, en la vida eterna. Por el Sacramento del Bautismo hemos sido hechos partícipes de la vida divina, convirtiéndonos en hijos del Padre Dios, hermanos en Cristo y templos del Espíritu Santo. En el Bautismo ha comenzado nuestra vida cristiana, recibiendo la vocación a la santidad. El Bautismo nos hace pertenecer a Aquel que es por excelencia el Santo, el «tres veces Santo», nos recuerda el profeta Isaías. Nos hace bien reflexionar y aprender de la Trinidad en una época en la que nos seduce la tentación del individualismo. La celebración subraya que es propio de Dios volcarse hacia afuera y ser misericordioso.
El don de la santidad recibido en el Bautismo exige la fidelidad a una tarea de conversión evangélica que debe dirigir siempre toda la vida de los hijos de Dios: «Esta es la voluntad de Dios: que viváis santamente», nos recuerda san Pablo en la primera carta a los tesalonicenses. Esto es un compromiso que afecta a todos los bautizados. Nos lo recuerda el Concilio Vaticano II en la Constitución Lumen Gentium, número 40: «La llamada a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad se dirige a todos los fieles, de cualquier estado o condición».
Si nuestro Bautismo fue una verdadera entrada en la santidad de Dios, no podemos contentarnos con una vida cristiana mediocre, rutinaria y superficial. Somos llamados a la perfección en el amor, ya que el Bautismo nos ha introducido en la vida y en la intimidad del amor de Dios. Con profundo agradecimiento por el designio benevolente de nuestro Dios, que nos ha llamado a participar en su vida de amor, adorémoslo y alabémoslo hoy y siempre. «Bendito sea Dios Padre, con el Hijo unigénito y el Espíritu Santo, que nos ama con un amor inmenso» (Antífona de introducción de la Misa).