En este fin de semana hemos celebrado la fiesta de Nuestra Señora del Pilar, patrona de todos los pueblos de España y de Hispanoamérica. Según una muy antigua, venerada y tierna tradición, la Virgen María se apareció aún en vida –popularmente decimos “en carne mortal”– al apóstol Santiago en la orilla del Ebro en Cesarea Augusta de Hispania (la actual Zaragoza).
De acuerdo con esta misma tradición, en aquel momento Santiago estaba abatido, cansado y desilusionado porque no encontraba la respuesta deseada en las personas y pueblos que evangelizaba. María lo nota y conforta y anima al apóstol a proseguir el camino de evangelización que había emprendido prometiéndole que nunca faltarían en España fieles discípulos de su Hijo; al mismo tiempo le ordenó construir un templo, algo tan sencillo como una ermita, que conmemorase este acontecimiento al que podemos llamar la primera aparición de la historia de la Virgen María. Con el transcurso del tiempo, esta sencilla ermita se convirtió en la imponente y grandiosa basílica del Pilar que podemos admirar en el día de hoy.
María se apareció y, después, desapareció otra vez; pero allí quedó el “pilar” como hito que ella dejó para recordar a todos entonces y a partir de entonces, lo que había dicho unos pocos años antes en las Bodas de Caná: «Haced lo que Él os diga» (Jn 2,5). Esto es lo que sienten tantísimos peregrinos y devotos que veneran su imagen para encontrarse a través de ella con su Madre. Santa María del Pilar tiene que significar siempre para sus devotos la fortaleza de la fe, la seguridad de la esperanza y la constancia en el amor. Está muy bien visitar los santuarios marianos para conversar con la Virgen y abrirle nuestro corazón para manifestarle nuestra vida, pero nunca podremos olvidar que al final debemos guardar silencio y disponernos a escuchar para que ella nos hable. Si lo hacemos así y caemos en la cuenta de lo que la Virgen María fue y sigue siendo en la vida de la Iglesia y en nuestra misma existencia nos veremos transformados por la fe, la esperanza y el amor y viviremos con fortaleza, seguridad y constancia, cando así, como María y con ella un buen testimonio de fidelidad a Cristo.