En la primera lectura, del libro de la sabiduría, encontramos una breve explicación de quien es Dios, de cómo es él. Dios mismo nos lo ha revelado de diferentes maneras, sobre todo, a través de su Hijo Jesucristo, y por eso podemos intuir y saber algo sobre Dios. él es todopoderoso, es un juez justo, lo sabemos, pero la primera lectura también nos recuerda que es el Dios del perdón, y es también capaz de la represión a quien la necesite. Vamos así conociendo a Dios, nos familiarizamos con él, y como criaturas creadas por él, podemos escuchar su voz y ver sus obras y maravillas. Su principal maravilla ha sido su mismo Hijo, Jesús, entregado por nosotros.
Jesús, en el evangelio nos explica los misterios del Reino en parábolas y nos enseña así la sabiduría de Dios, la ciencia divina. En parte nos oculta estos misterios, pero en parte, también, nos desvela su sabiduría si sabemos escuchar:
El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los partidarios del maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del tiempo, y los segadores los ángeles. (Mt 13, 37-39).
En estas palabras de Jesús podemos apreciar una línea de acción de Dios, como un protocolo en el acercamiento de Dios hacia los hombres. Por mandato del Padre, su Hijo Jesucristo es el que siembre la buena semilla, su Palabra, su Espíritu, él mismo se implanta en los corazones de los hombres que serían todo el campo: el mundo. Pero existe también el maligno que siembra cizaña (palabra que se ha convertido en sinónimo de división) y también tiene unos partidarios, confrontados a los ciudadanos del Reino. Y finalmente habrá una cosecha, una recolección en la que la luz potente y hermosa de Dios permitirá ver quien es verdaderamente quien. Los que hayan vivido como ciudadanos del Reino «brillarán como el sol en el reino de su Padre» (Mt 13, 43). Con esta descripción todo parece sencillo, y es que la verdad es simple y es sencilla, porque es una, en cambio, el error es múltiple, y por eso es complicado. Este es el mensaje de Jesús.
Cuenta una anécdota verdadera, que no hace muchas décadas, en la América hispana un obispo recibió una visita importante: se trataba del jefe de una de las tribus indias que se encontraba dentro de su demarcación eclesiástica. Este hombre le dio las gracias a su obispo por todos los beneficios y ayudas que su pueblo había recibido de él y de los misioneros católicos que trabajaban en aquellas tierras, pero le venía a comunicar que todo su pueblo abrazaría la fe protestante y dejaría la Iglesia católica. El motivo, muy sencillo: el jefe indio le dijo al obispo que habían sido ayudados con muchos medios materiales por la Iglesia pero que aceptaban la fe protestante porque necesitaban una religión. Esta historia se ha de entender en el contexto de los años setenta u ochenta, época en la que fuimos (y todavía lo somos) testigos de un eclipsamiento de la fe y de un auge de la necesidad de la educación y del pan por encima de todo lo demás para salvar al hombre. Ya sabemos la historia: sólo pan, o también toda palabra que sale de la boca de Dios.
Nuestro mundo necesita una religión, Rubí necesita ante todo religión, y más religión, es decir, necesita de la semilla del Reino, necesita profundamente del Hijo del Hombre que hace ciudadanos del Reino de los Cielos ya aquí en la tierra. Escuchando este anuncio nos convertimos en esa tierra que es portadora de la buena semilla, y que ante los demás da frutos de buenas obras, da testimonio al mundo de que antes que todo está Dios. Si no, nos hacemos grandes desconocedores de Dios, nos vamos convirtiendo, sin saberlo, en partidarios del Maligno, y la cizaña nos esclaviza obligándonos a separarnos unos de otros, a sembrar discordia y enemistad entre nosotros porque sólo nos quedamos con lo humano y terreno. El hombre de hoy está cansado del hombre de hoy, está agotado de soportarse a sí mismo, pero al mismo tiempo, nosotros los cristianos nos encontramos ante una encrucijada: no sabemos ser testigos claros ante el mundo moderno de Cristo, no hacemos presente a Dios en nuestras vidas como nuestro todo. Sólo un dato concreto: ahora los teólogos y católicos de cierta talla (según el mundo), se pelean por la comunión de los divorciados vueltos a casar, pero pocos son los que claman contra la destrucción del matrimonio. Muy pocas parejas de las que vienen a bautizar a sus hijos a nuestra parroquia de san Pedro están casadas por la Iglesia, y no se si alguien les dice algo. ¿Qué será de la dignidad humana en el futuro cuando la mayoría hayan sido concebidos fuera de un matrimonio estable que se apoya también en Dios? Pero encontramos consuelo y esperanza en el evangelio:
El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas. (Mt 13, 31-33).