Necesario fue el pecado de Adán, que ha sido borrado por la muerte de Cristo. ¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor! (…) Y así, esta noche santa ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos. (Pregón Pascual).

Estas palabras del pregón pascual transmiten bien la alegría y el gozo que se desprenden de esta explosión de luz, la resurrección de Jesucristo, su victoria sobre el pecado y la muerte. Se nos abren las puertas de la salvación, somos fortalecidos por la gracia, es más, ya es posible para el cristiano, para el redimido por la sangre de Jesús, el poder abrazar la voluntad de Dios, poder cumplir en nuestra vida la palabra de Dios. Del mismo modo que los israelitas contemplaron asombrados los cuerpos sin vida de los soldados egipcios flotando en el mar Rojo, cuando ellos ya lo habían cruzado a pie enjuto, nosotros miramos el agua de la pila bautismal, es decir, miramos al costado de Cristo, abierto para nosotros, y vemos como han muerto nuestros malos hábitos, nuestras manías y tonterías, vemos como ese torrente de agua se ha llevado por delante nuestro quietismo y pesimismo, nuestros pecados.

Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva. (Rom 6, 4).

Demos hoy gracias a Dios, y lancémonos hacia Cristo vivo que brilla delante de nosotros y que nos está ofreciendo su cuerpo vivo y potente para que entremos en él como miembros suyos, para que dentro de este templo santo que es Cristo, y también nuestra bella parroquia, dejemos de ser simples mortales para ser desde ahora hombres nuevos; que por la alegría de ver, en parte, realizada en nosotros la salvación vean los demás que somos cristianos, seguidores de Cristo, muerto en cruz y resucitado victorioso de entre los muertos. Para dar ese paso hacia el Resucitado, para poder levantarnos y literalmente correr hacia la vida que se nos ofrece. El mismo evangelio de la Vigilia Pascual nos habla de una geografía de la fe, de la geografía del Resucitado.

El ángel habló a las mujeres: vosotras no temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No, está aquí: HA RESUCITADO, como había dicho. Venid a ver el sitio donde yacía e id aprisa a decir a sus discípulos: «Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis» (Mt 28, 4-5).

Los ángeles dan testimonio a las mujeres de que Jesús ha resucitado, ya no está en el sepulcro, ya no tiene sentido seguir cerca del sepulcro. éstas han de ir en primer lugar a avisar a todos los discípulos, y todos han de dirigirse a Galilea, donde podrán ver al Señor Resucitado. La palabra de los ángeles, los enviados de Dios, abre la puerta de la esperanza para los discípulos desanimados y para nosotros, cristianos a veces hastiados. Pero han de ponerse en marcha, han de salir de Jerusalén, han de recorrer más de doscientos kilómetros para poder ver y tocar a Jesús resucitado. Este episodio nos habla elocuentemente y nos interpela: si no salimos de nosotros mismos, no encontramos al Resucitado, si no reconocemos que él nos precede y tiene poder para vencer a la muerte, desde nuestro cómodo asiento, no lo podremos contemplar radiante. Si no caminamos con todos nuestros hermanos, nuestra fe será vana, y se acabará apagando. Hoy más que nunca el Resucitado, nos envía a nuestros hermanos cristianos, a compartir con ellos la fe, a romper con nuestras formas establecidas. Es decir, la llamada de Cristo es a volverse a reunir todos en el cuerpo social que es la Iglesia, Iglesia universal, Iglesia misionera, Iglesia, cuerpo del Cristo Resucitado.

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