Después de visitar las mujeres la tumba y de hallarla vacía, después de constatar el hecho Pedro y Juan, después de la aparición de Jesús a las mujeres que fueron a ungir su cuerpo, después de empezar a correr rumores confusos acerca de la resurrección del Salvador, Cristo se presenta vivo a sus discípulos en el cenáculo en el atardecer del mismo día de su resurrección. ¡Qué emoción tan grande! Y ocho días después, Jesús resucitado se vuelve a aparecer. Al leer el Evangelio de hoy notamos dos detalles que debemos remarcar: uno es muy vistoso, se trata de la incredulidad de Tomás, que cautiva la atención de lectores y oyentes, hasta el punto de eclipsar al otro, que es el hecho de que Jesús se vuelva a aparecer al cabo de una semana y que fundamenta el sentido del domingo. Este segundo detalle no debería pasarnos desapercibido.
Es frecuente en la Iglesia el fenómeno de los “creyentes no practicantes”, no deja de ser algo curioso y anómalo, aunque desdichadamente sean la mayoría de los cristianos, al menos en nuestro país. De vez en cuando, en la Oración de los fieles rogamos por «la gran masa de cristianos que viven al margen de su bautismo». Podemos preguntarnos: ¿qué clase de cristiano es aquél que no santifica las fiestas i que, al no hacerlo, demuestra que no ama a Dios sobre todas las cosas? Hoy, los “creyentes no practicantes” están de suerte, porque la Palabra de Dios les ha asignado un santo patrón: Tomás, que no estaba con la comunidad cuando Jesús resucitado se apareció; Tomás era un hombre positivista que sólo creía lo que podía ver y tocar, un seguidor imperfecto de Jesucristo que experimentó una profunda conversión. La lección es clara: ¿dónde veremos a Jesucristo resucitado, dónde le podremos escuchar?, ¿dónde podrá desarrollarse y crecer nuestra fe sino en la Iglesia, viviendo en comunión con todos los seguidores de Jesucristo?, ¿cuándo vio Tomás al Señor viviente? Cuando el domingo siguiente estaba con los demás discípulos; Jesús no le concedió el privilegio de una aparición privada, sino que se le manifestó y le hizo crecer en la fe cuando estaba con la comunidad. Fue entonces cuando Tomás se abrió a la fe y exclamó: «¡Señor mío y Dios mío!» No nos asustemos si sentimos brotar en nosotros las dudas y los interrogantes, ya que estos, sanamente vividos, nos salvan de una fe superficial que se contenta con la repetición de fórmulas, sin crecer en la confianza y el amor. Las dudas nos estimulan a llegar hasta el final en nuestra confianza en el misterio de Dios encarnado en Jesucristo.
Como los primeros discípulos, hoy, después de ocho días de la resurrección del Señor, volvemos a reunirnos para celebrar la Eucaristía y además hemos vivido y celebrado toda esta semana pasada como si de un gran domingo se tratase. De aquí viene el hecho de la celebración de la Octava de Pascua y de aquí viene también que los cristianos nos congreguemos cada domingo para dar gracias a Dios y alegrarnos con la resurrección del Señor, porque el domingo es la Pascua semanal. El domingo ha sido establecido por el Señor y la Iglesia lo celebra fiel e ininterrumpidamente desde los inicios de su historia; esto es algo que nunca debería pasarnos desapercibido.