El jueves pasado celebramos la Solemnidad de Todos los Santos, la fiesta en la que los cristianos celebramos a todos los santos, que ya están viendo a Dios cara a cara, los que han sido canonizados y los que no, los que conocemos y los que hasta que no lleguemos al cielo no conoceremos. Es una fiesta alegre, llena de luz, pues se nos recuerda que es posible ser santo, que estamos llamados por el Señor a la santidad y que si hermanos nuestros han llegado a vivir una vida sencilla entregada a Cristo y a los demás, dejándose cada día mirar por Cristo y responder a su inmenso amor, ¿por qué nosotros no íbamos a poder ser santos? Hoy también es posible ser santo, y así encontrar la alegría.
Los santos son personas impresionantes, únicas, arrolladoras, locas, enamoradas de Cristo. Tenemos por ejemplo a san Pablo, un auténtico torbellino, un apóstol de pies a la cabeza, una persona sin hogar ni patria que recorría el mundo entero predicando a Cristo. Creo que san Pablo es una de esas personas con la que no querrías cruzarte por la calle.
Cinco veces recibí de los judíos cuarenta azotes menos uno. Tres veces fui azotado con varas; una vez apedreado; tres veces naufragué; un día y una noche pasé en el abismo. Viajes frecuentes; peligros de ríos; peligros de salteadores; peligros de los de mi raza; peligros de los gentiles; peligros en ciudad; peligros en despoblado; peligros por mar; peligros entre falsos hermanos; trabajo y fatiga; noches sin dormir, muchas veces, hambre y sed; muchos días sin comer; frío y desnudez. Y aparte de otras cosas, mi responsabilidad diaria: la preocupación por todas las iglesias (2 Cor 11, 24-28)
Su amor por Cristo era fuerte, pues en medio de aquellos peligros, tormentos y aventuras no dejó un solo día su responsabilidad diaria: la preocupación por todas las Iglesias, es decir, el amor por todos los cristianos a los que él llevaba en lo profundo del corazón, corazón que se parecía ya más al del Buen Pastor que al suyo propio.
Tenemos también a san Francisco de Asís, un auténtico gigante de la santidad, un auténtico enamorado de Cristo y de su Evangelio, que vivió por donde pasaba. Se cuenta de él que iba por los caminos y por el campo gritando:
¡ El Amor no es amado, el Amor no es amado !
Esas palabras suyas, hoy también llegan a nosotros.
Se ha dicho que Francisco representa un «alter Christus», era verdaderamente un icono vivo de Cristo. Fue también llamado el «hermano de Jesús». En efecto, éste era su ideal: ser como Jesús, contemplar al Cristo del Evangelio, amarlo intensamente, imitar sus virtudes. En particular, quiso dar un valor fundamental a la pobreza interior y exterior (…) Dichosos los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos (Mt. 5,3) (Benedicto XVI sobre san Francisco).
Y por último una historia de Ars, el pueblo del que fue párroco el santo cura de Ars. él, el párroco, se dio cuenta un día de que cada mañana entraba a la iglesia un campesino durante unos pocos minutos antes de seguir su camino al campo donde le esperaba su día de trabajo. Un día, el cura de Ars le preguntó que qué era exactamente lo que él hacía en la iglesia cada mañana, y el labriego sencillo le respondió:
Pues entro, le miro y él me mira.