Juan les respondió: «Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia.» (Jn 1, 28). Estamos ya en el tercer domingo del Adviento, a punto de llegar ya al gozo auténtico de la Navidad. Por este motivo es el domingo de la alegría, del júbilo contenido, el domingo de ver que el Señor está ya cerca, no en el calendario si no en el amor; Cristo nos ha atraído y el amor nos ha acercado al amado. El papa Benedicto XVI nos explicaba así el nombre y el sentido de este tercer domingo de Adviento:
Este domingo, tercero del tiempo de Adviento, se llama domingo «Gaudete«, «estad alegres», porque la antífona de entrada de la santa misa retoma una expresión de san Pablo en la carta a los Filipenses, que dice así: «Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito: estad alegres». E inmediatamente después añade el motivo: «El Señor está cerca» (Flp 4, 4-5). Esta es la razón de nuestra alegría. Pero ¿qué significa que «el Señor está cerca»? ¿En qué sentido debemos entender esta «cercanía» de Dios?
El Señor está ya cerca, Jesús está a las puertas deseando abrazar a toda la humanidad, deseando encontrarnos a nosotros, pues nos ha anunciado la salvación nos ha prometido la verdadera libertad para servir, Jesús nos ha trabajado como un alfarero durante estas semanas de Adviento. Y por eso como dice San Pablo en la segunda lectura podemos mantenernos alegres, y al mismo tiempo orar y dar gracias en todo tiempo y lugar. Cristo está cerca y vuelve a llamar a la puerta, nos pide que con un corazón generoso le esperemos ansiosos. Esta es la cercanía del amor, el amor une al amado con el amante y los hace tan cercanos que se llegan a identificar el uno con el otro. Nosotros en Belén contemplaremos algo grande, seremos testigos de algo maravilloso: ver el mismo rostro de Dios, ser elevados por la fe ante el nacimiento pobre de un niño, pues en él vemos al Padre eterno.
La Navidad tradicional es un momento de mucha alegría, es un momento de celebración y de gozo, y creo que hoy, más que nunca, tenemos que dar testimonio ante el mundo de esta alegría, de este gozo desbordante. El mundo pierde la alegría, el mundo se rodea de luces, de adornos y de música y pierde fácilmente de vista el origen de esa belleza. Somos testigos de uno de los rasgos del hombre moderno y del mundo moderno: no saben inventar nada, no pueden crear belleza ni vida, así que lo único que pueden hacer es consumir y exprimir la vida y la abundancia propias, del sano hombre racional y propias, todavía más, de la civilización cristiana. En los países desarrollados la natalidad ha caído a niveles que no dan para renovar las viejas generaciones que nos van dejando, pero eso si, en los países civilizados los beneficios conseguidos por el consumo de bienes de todo tipo y por la creación de un sinfín de nuevas necesidades han sido bastante abultados. En cambio los países pobres no les interesan a las grandes empresas, pero están llenos de vitalidad, de estructuras intermedias y sobre todo de niños (valiosos niños). Como cristianos demos testimonio de que el Señor Jesús nos ha mirado a los ojos y nos ha encendido el corazón, demos testimonio de que él está cerca porque nuestras almas le aman y le salen presurosas a buscar.