Juan Bautista es uno de los personajes principales del Adviento. él dice de sí mismo: «Soy la voz que grita en el desierto». Desierto es una palabra que evoca aridez, desolación y vacío. Casi el 33% de la superficie terrestre está ocupada por el desierto, y la proporción aumenta cada año debido a la desertificación. Millones de personas se han visto desplazadas de su hábitat natural por desierto que avanza. Pero hay también otro desierto, no fuera, sino dentro de nosotros y en la sociedad. Es el agostamiento de las relaciones humanas, la soledad, la indiferencia y el anonimato. El desierto es el lugar donde nadie te oirá si gritas, nadie se te acercará si caes al suelo abrumado por el cansancio, nadie te defenderá si te ataca una fiera, y no podrás compartir con nadie ni tus gozos ni tus penas. ¿No es eso lo que muchos experimentan en nuestras ciudades? Nuestra agitación y nuestros gritos, ¿no son también agitación y gritos en el desierto? ¿Por qué hoy muchas personas viven aferradas al trabajo, a su teléfono móvil, a su ordenador, a internet, a la radio o a otros aparatos audiovisuales? Porque tienen miedo a verse en medio del desierto. La naturaleza tiene horror al vacío y el ser humano lo rehúye. Si nos examinamos honradamente, veremos cuántas cosas hacemos para no sentirnos solos, frente a nosotros mismos y a la realidad. Paradójicamente, cuanto más aumentan los medios de comunicación, más disminuye la verdadera comunicación entre las personas.

El Evangelio habla de una voz que clamaba en el desierto: Juan Bautista. él proclamaba una gran noticia: «En medio de vosotros está uno que no conocéis, uno que viene tras de mí, a quien no soy digno de desatar la correa de sus sandalias». Juan anuncia la llegada del Mesías con palabras sencillas, contundentes y eficaces; recibió el encargo de sacudir al mundo del sopor, de despertarlo del letargo:

El día que esperabais ya ha llegado, éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo! él os bautizará con Espíritu Santo y fuego!

El modo con que Jesús hará florecer el desierto será precisamente bautizar con el Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el amor personificado, y el amor es la única lluvia que puede detener la progresiva desertificación espiritual de la tierra. Gracias al anuncio del Evangelio, podemos darnos cuenta de un hecho alentador: si nuestra sociedad se parece a un desierto, también es verdad que en este desierto el Espíritu está haciendo florecer muchas iniciativas que son como oasis y nuevas tierras de regadío espiritual donde la comunicación entre las personas se hace posible. Se han desarrollado en estos años un gran número de asociaciones con el objetivo romper el aislamiento, recoger las muchas voces que «claman en el desierto» de nuestras ciudades: Cáritas, Teléfono de la esperanza, Voz amiga, Casa Guadalupe, entre otros. Detrás hay miles de voluntarios que escuchan, intentan dar un poco de calor humano y, si son creyentes, ayudar a las personas a orar ya ponerse en contacto con Dios, en quien encontraremos la mayor ayuda.

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