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La llegada de la Navidad nos hace celebrar festivamente la venida de Dios a nosotros. Más allá de la poesía y la ternura que inspira el nacimiento de un niño, es necesario que desde la fe y la esperanza profundicemos en los que significa que Dios se hace hombre. El
Señor de la historia entra en nuestra historia y lo hace con todas las consecuencias de lo que eso significa: Al encarnarse en las entrañas de la Virgen María, asume una naturaleza humana desde la concepción hasta la muerte; y tras la resurrección no se desprende de ella; El Hijo de Dios asume una vida humana plena, no juega simplemente a ser hombre, como nos explica la mitología griega de sus dioses que, aburridos de estar en el Olimpo, bajaban de vez en cuando a la tierra para divertirse a costa de los pobres mortales. No, Dios no viene a divertirse sino a dar la vida; no se hace pasar por hombre, ni se disfraza tomando una apariencia humana durante el tiempo que le interesa, sino que vive de veras la vida que viviría cualquier ser humano, y no vuelve a la gloria sin haber cumplido la misión que el Padre celestial le había encomendado.

Y para vivir una vida plenamente humana, El Hijo de Dios pasó por la etapa por la que todos hemos pasado de embriones y fetos. Proclama un bello canto litúrgico, el Te Deum «Tú, para liberar al hombre, aceptaste la condición humana sin desdeñar el seno de la Virgen». Con su respuesta al ángel: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra», María aceptó el plan de Dios en su vida y acogió la vida de su Hijo, que tomó carne humana en sus entrañas. María acogió la vida del Hijo de Dios y José protegió esta vida. En aquellos momentos, Dios se había avenido a hacerse un ser vulnerable. María habría podido decir que no a la propuesta del Señor, ya que Dios no la privó de libertad en ningún momento; José habría podido rechazar a María como esposa, la habría podido denunciar y no hacerse cargo del Hijo que gestaba; María habría podido ser víctima de una ley que la habría condenado a muerte y, en los tres casos, el Creador del Universo se podía haber visto expuesto a ser víctima de un aborto o un abandono. ¡Da vértigo pensar hasta qué punto Dios Todopoderoso se avino a hacerse extremadamente débil, a ponerse en nuestras manos! Causa admiración ver la grandeza de la obra de la gracia en María y José que, venciendo todo temor, fueron generosos con Dios, acogiendo como hijo al Salvador, el cual se manifestaba primero como un feto que crecía en el seno materno y después como un bebé que depende totalmente de sus padres.

¿No nos estará haciendo llegar la Navidad un claro mensaje a favor de la vida, un mensaje que nos muestra a Jesús solidario con el origen y el destino de toda la humanidad