El pasado domingo, la Iglesia entera celebró una gran fiesta: la beatificación de 522 mártires de Cristo que dieron su vida durante la persecución religiosa acaecida en España durante los años treinta del siglo XX. Y entre ellos se encuentra nuestro querido Dr. Guardiet, párroco insigne de Rubí. Y se trató realmente de una fiesta, porque supone el reconocimiento de los que sencillamente dieron su vida en el ejercicio heroico del perdón, el reconocimiento de aquellos que hicieron un gran descubrimiento y lo supieron vivir: el descubrir una gran oportunidad en la misma persecución a la Iglesia; una oportunidad de evangelización hacia todos aquellos cegados por la ideología y por el odio a la presencia de Dios en el mundo. Supieron ver al gran oportunidad de demostrar al mundo la fuerza misteriosa de la Iglesia, pues perdiendo la vida decían a sus verdugos que la verdad que querían olvidar y erradicar era indestructible: Cristo Jesús, Dios con nosotros.

A la atrocidad de los perseguidores, no respondieron con la rebelión o con las armas, sino con la mansedumbre de los fuertes. (Cardenal Angelo Amato, Tarragona, 13 de octubre).

El título de beato o de santo es únicamente otorgado por el Papa, el sucesor de San Pedro. No se trata ni de un adorno, ni de una título humano. En la fiesta celebrada en Tarragona el pasado 13 de octubre se manifestó también el encargo que Jesús dio a Pedro y a sus sucesores en lo referente a la interpretación de lo divino, lo celestial. Al constatar, realizando un exhaustivo trabajo de investigación del todo científico, que aquellos cristianos fueron realmente mártires de la fe y del Señor, compete a la autoridad del Papa, recibida del Señor, ejercer la misión de atar y desatar: «Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos: todo lo que ates en la tierra será atado en los cielos, y todo lo que desates en la tierra será desatado en los cielos» (Mt. 16,19).

Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe en la tierra?(Lc. 18,8).

La Palabra de Dios de este domingo nos habla de la oración, de la fidelidad a la oración en las contrariedades. Creo que la oración es algo que nos hace comprender mejor a los mártires, y nos hace capaces de unirnos a ellos. «Estar con quien sabemos que nos ama»: así definió Santa Teresa de Jesús la oración. La oración se trata de algo continuo y que se expresa en momentos concretos, pero ante todo se trata de la necesidad de estar con el Señor, como fruto del amor hacia él, que hace que tengamos tiempo para él, en un mundo en el que parece que escasea el tiempo, pero que en el fondo siempre lo tenemos para lo que nos interesa; podemos darnos cuenta de esto mirando en nuestro interior. ¿Acaso el Beato Josep Guardiet no estaba interesado en pasar tiempo con Cristo? ¿En darle las diferentes partes del día para poder después él darse, como se dio, a una labor inmensa de la que visiblemente él parecía el único motor?

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